En la nota anterior, hacíamos mención de cómo el Vaticano era un Estado perteneciente a una religión, siendo una excepción dentro de las demás comunidades religiosas.
Todas las religiones tienen sus historias. Unas conocidas y otras ocultas misteriosamente. Dentro de los personajes que pulularon con gran influencia en el clero vaticano, estaba el banquero Michele Sindona, que en 1946, acompañado de su mujer Rina, y ya convertido en un experto en las sutiles leyes de la oferta y demanda bursátil, dejó Sicilia para establecerse en Milán, llevando consigo unas valiosas cartas de recomendación del arzobispo de Messina, cuya amistad había cultivado intensamente.
En Milán se fue especializando en la maraña impositiva italiana. Se relacionó rápidamente con la familia Gambino, de la mafia proveniente de Nueva York y Chicago.
El 2 de noviembre de 1957 se celebró una reunión de las «familias» en un hotel de Palermo. Entre los invitados estaba Michel Sindona. Este desarrolló vínculos con Máximo Spada, uno de los hombres de confianza del Vaticano, secretario administrativo del Vaticano y miembro del consejo de administración de 24 compañías como representante de los intereses de la Santa Sede. También Luigi Mennini, funcionario del Banco Vaticano, junto con Claudio Machi, secretario de Montini —luego devenido en Papa—, hicieron crecer la banca privada.
En marzo de 1965, Sindona le vendió el 22 % de las acciones al Hambros Bank de Londres, empresa que tenía una estrecha relación con el Vaticano. En Londres juzgaban como brillante la operación de Sindona. También los miembros del clan mafioso Gambino-Inzerillo, junto al Banco de Illinois de EE. UU., hicieron gran negocio con Sindona como intermediario del Vaticano.
Junto con Carlos Bordoni crearon una agencia financiera internacional. Sindona aprobó el proyecto que concluiría en una lluvia de créditos en moneda extranjera por fuera de la legislación fiscal. Cuando se descubrió la trama, Bordoni fue llamado a declarar ante los estrados judiciales y contó que, con el nombre de Monerey (el rey del dinero), manejaron un capital de 42 mil millones de dólares al año. Pero las ganancias se desvanecían cuando llegaban a manos de Sindona. Cuando Bordoni le reclamó a Sindona, este lo amenazó, y según la historia, Bordoni le hizo saber: «Tu capacidad de persuasión es la mafia, y tu poder la masonería».
Bordoni descubrió que los directivos se dedicaban a transferir grandes sumas de dinero a cuenta de depositantes que no existían, al Banco del Vaticano, que luego las transfería al exterior a una cuenta que tenía Sindona en la sede del Finabank de Ginebra. Sindona tenía como elemento de presión y extorsión a una mafia de la francmasonería que luego conoceríamos los argentinos, nada menos que la P2 de Licio Gelli, que fue introducida en nuestro país por López Rega.
Licio Gelli es uno más de los siniestros personajes que pululaban entre la «mafia» de los banqueros y ciertos personajes con sotana y poder en la Santa Sede, en esa época tenebrosa que culminó con la muerte sospechosa de Albino Luciani, un Papa que duró solo 33 días en su papado. Pero volviendo a Gelli, este personaje, en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, combatió en Albania y luego obtuvo el grado de Oberleutnant de las SS en la Italia de Mussolini, donde sirvió de agente de enlace con la Alemania nazi.
Gelli empezó a acumular su fortuna cuando se instaló en la ciudad italiana de Cattaro, donde estaba escondido el tesoro nacional de Yugoslavia. Una parte de ese tesoro nunca volvió a su ciudad de origen porque Gelli se apoderó de él. Simpatizó con los partisanos yugoslavos y, cuando descubría dónde se escondían, informaba a los alemanes. Gelli siempre jugó a dos bandos, y fue uno de los últimos fascistas que se rindieron en el norte de Italia. ¡Vaya paradoja de la historia!: muy cerca de Belluno, un joven sacerdote llamado nada menos que Albino Luciani protegía y daba refugio a los partisanos yugoslavos. El mismo Luciani que llegaría a ser Papa.
Gelli llegó a hacer un pacto con los comunistas de que seguiría espiando para ellos a cambio de que le salvaran la vida cuando se tuviera que entregar a las autoridades antifascistas de Florencia. Libre de cargos, lo primero que hizo Gelli fue organizar una vía de escape llamada «caminos de ratas» para los criminales nazis que quisieran viajar a Sudamérica. Les cobraba una comisión fija del 40 % del dinero que tuvieran. Otro de los organizadores de aquel «camino de ratas» era un sacerdote católico de origen croata, el padre Krujoslav Dragonovic.
Entre los «nenes» que escaparon gracias a los servicios de Gelli estaba Klaus Barbie, que se refugió en Bolivia, alto jerarca de la Gestapo, conocido como el «carnicero de Lyon»; pero era tanto lo que sabía Barbie que no tuvo que pagar nada, porque su viaje fue pagado por la Corporación de Contraespionaje de EE. UU., que lo tuvo —créase o no— como empleado en tareas de espionaje hasta 1951.
Pero como era muy osado y su codicia era enorme, mientras espiaba para el Servicio Secreto de EE. UU. y con la complicidad de las jerarquías del Vaticano, seguía espiando para los rusos. Doble agente, que le dicen. Dio por terminada su gestión de segundo agente y fue contratado por el Servicio Secreto italiano a cambio de que se eliminara su prontuario nazi. Eso fue en 1956. Se marchó a Sudamérica y se alineó con la extrema derecha de Argentina, y a través de funcionarios peronistas —que, aprovechando la oportunidad, trataron de interceder a través de Gelli para que el Vaticano levantara la excomunión por la campaña anticlerical de Juan D. Perón—, trabó amistad con los integrantes de la nueva Junta de Gobierno.
En términos de ideología política o filosófica, Gelli era «una ramera». Porque, mientras colaboraba con la Junta de ese momento, volvió a espiar para la URSS. También estaba con agentes de la CIA, a quienes les vendía información.
Mientras tanto, Michele Sindona escalaba posiciones con la creencia de que el poder se acrecentaba con dinero. Licio Gelli usaba a sus nuevos amigos sudamericanos para acceder a la nueva fuente del poder: la información. La red de espionaje de Gelli se extendía por toda Sudamérica, sobre todo en Brasil, Paraguay, Venezuela y Nicaragua.
En Argentina obtuvo doble nacionalidad. Después fue designado consejero económico y representante financiero de Argentina en Italia, en 1972. Una de las tareas esenciales era la compra de armamentos. Le hizo comprar al país tanques, barcos, aviones, sistemas de radar y también los famosos misiles Exocet. Una de las fábricas, Remington Rand, cuyo jefe de administración —¡oh, casualidad!— era nuestro conocido M. Sindona.
Uno de los criminales nazis ya nombrado, Klaus Barbie, de la antigua SS de Hitler, se asoció a Licio Gelli. El golpe militar de 1980 en Bolivia fue pergeñado por Barbie, y luego sería designado encargado de seguridad del coronel Gómez, asesinando a todos los opositores políticos con la complicidad de la CIA. Cuando en octubre de 1982 la junta militar le cedió paso a un gobierno civil, el terrorista y asesino italiano Stéfano Delle Chiaie recibió asilo —nada menos— que de José López Rega en Argentina, a pedido de Licio Gelli.
Continuará con la relación de Gelli, el Vaticano y la Argentina.