Hace unos días, un candidato a presidente sugirió que los aspirantes a ocupar el sillón, que ni siquiera es de Rivadavia (que se lo llevó a su casa, es decir se lo robó), tendrían que someterse al requisito de un examen psicotécnico. El procedimiento apuntaría a probar el estado de su salud mental. No estoy de acuerdo con este reduccionismo de la política a la psicopatología. De hecho es una de las estrategias más burdas que la derecha ha utilizado desde siempre.
El que puede considerarse el primer tratado de Psiquiatría en Argentina, “La neurosis de los hombres célebres en la historia argentina”, de José María Ramos Mejía, no hace otra cosa que explicar, los procesos históricos y los actos políticos de estos personajes (Rosas, el Dr. Francia, el Fraile Aldao, Monteagudo etc.), por sus taras personales, eludiendo toda la complejidad (histórica, de fuerzas económicas, sociales, políticas etc.) que supone su profunda dinámica. No es casual que los líderes estudiados por el erudito, esos locos famosos, constituyan enemigos políticos del propio investigador, donde queda claro que la ingenua e imposible pretensión actual de un periodismo independiente, le cabía ya, en el siglo XIX a la “neutralidad científica” de las tesis psiquiátricas.
Estos procedimientos llegan, volando por el tiempo, hasta la actualidad. No otra cosa ha hecho el “Doctor” Nelson Castro, abusando de su título habilitante, para descalificar las políticas de Cristina (sobre todo aquellas de alcance popular), bajo el supuesto de una bipolaridad o un ignoto “Síndrome de Hubris”.
Lo verdaderamente preocupante no es tanto o no es solo, en todo caso, la salud mental del candidato, lo verdaderamente alarmante, es que una buena porción de la población adhiera, por intrincadas razones, al liderazgo de una persona de dudoso equilibrio psíquico.
Ya ha pasado en la historia. Laberínticas y enmarañadas causas pusieron a uno de ellos al frente de una de las mayores catástrofes de la humanidad, dejando al desnudo una “banalidad del mal” que no faltaba ya, a los países invadidos, aquellos que ya la venían ejerciendo en sus enclaves coloniales, sin movérsele un pelo de racionalidad colonial e imperial, un dominio y un sometimiento a otros pueblos, con genocidios incluidos.
Ese loco siniestro se valió, entre múltiples motivaciones, del sentimiento del orgullo nacional (herido), como un arma principal para justificar su aventura destructiva. Es ese orgullo que Erasmo de Rotterdam subraya, como uno de los compañeros de la diosa estulticia, en su maravillosa sátira “Elogio de la locura”. En realidad, la traducción correcta sería de la “necedad” o la “insensatez”. Allí defiende, de manera mordaz y sarcástica, el beneficio que la estupidez trae, ya no solo a la felicidad humana, sino a su misma existencia. Es así como se opone a la sabiduría, quien aporta a la especie, solamente una desdicha sin beneficio de inventario. El nacimiento mismo requiere, según el sabio que hace hablar a la estupidez en primera persona, de su concurso, porque necesita del enamoramiento, del deseo de casarse y tener hijos, olvidando los dolores, padecimientos y sacrificios que todos estos actos, necesarios, exigen a las personas.
La locura contribuye con el engaño, la negación y el olvido para que los hombres y las mujeres deseen repetir esa experiencia. Del mismo modo ayuda a la felicidad de los niños, que viven en la tontería, que nada saben de los rigores de la existencia y que son amados precisamente por esta condición y de los viejos, a quienes la demencia y la desmemoria, alivian de preocuparse por el deterioro y la muerte. Y así, esta maravillosa obra, va describiendo que la estulticia es mucho más importante y provechosa, para el hombre, que su opuesta, la razón. Sobre todo ofrece felicidad al hombre ingenuo.
Es tal vez la lógica de esta locura la que nos permita comprender, si algo de eso es posible, algunos enigmas actuales, absolutamente inasequibles por medio de la inteligencia. ¿Acaso no es obra de la candidez, la convicción de que la solución a los complejos problemas económicos, se resuelvan con el simple y mágico expediente de una traducción de monedas, por la cual de repente, el pobre se transformaría en afortunado?, ¿o de creer que, unos tikets tendrían más valor que unos derechos, largamente conquistados? ¿No es acaso ingenuo creer que el triunfo contra la corrupción puede darse en alianza con quien se confesó un ladrón, o la exaltación a héroes a los canallas y de los máximos responsables de la miseria del pueblo, o con la confusión entre la libertad y las peores condiciones en las que puede caer la humanidad a causa de la desigualdad?, y así con todo, ¿no será que despertar de esta inocencia y credulidad sería de mayor valor que cualquier examen psicológico de los candidatos? No lo sé, son solo preguntas.
Es inquietante que Erasmo ponga en relación, como su familia, la pereza, el olvido y la ignorancia, junto a la estupidez. Es preocupante sobre todo, que la falta de Memoria y el escaso interés en visitarla, constituya un rasgo esencial de la necedad. No lo sé. Si es seguro que ha habido otras épocas de nuestra historia y de la historia de la humanidad en la que “Al mundo le ha faltado un tornillo”, o tal vez varios y hombres terribles, los hayan representado ominosamente. También que es injusto imputar a los locos, una cualidad que se desprende de siniestros y canallas, esa liviandad para el mal y la crueldad.
De hecho, nuestra era se inició con un ser especial y maravilloso, que pregonaba, contra viento y marea, el Amor al Prójimo, el perdón a los pecadores y amar a los próximos como lo hacemos con nosotros mismos.
El poder lo puso en la cruz, hoy lo encierra en los manicomios.