Nadie, y menos yo, puede criticar ni siquiera una coma a su magnífica obra literaria. Su estilo narrativo en muchas de sus novelas ha merecido el aplauso unánime tanto de la crítica literaria como de numerosos lectores. Por eso, nadie puede cuestionar sus pergaminos. Como mudos testimonios están sus obras como La fiesta del Chivo, Conversación en La Catedral, La ciudad y los perros, etc.
Vargas Llosa formó parte de la internacional de ultraderecha en lengua española, llamados los «think tanks ultrarreaccionarios». Muy amigo del franquista Abascal, fue un acérrimo defensor de personajes con síntomas de nazismo como el dictador Alberto Fujimori y Jair Bolsonaro en Brasil. También llamó analfabeto al presidente de Perú, al maestro Pedro Castillo, elegido por el voto popular y destituido por la oligarquía peruana. Ese problema de sublimación de la literatura a la política es lo que le generó gran repudio en el mundo intelectual democrático, por la manera como usufructuaba su prestigio para denostar a muchos gobiernos de América, tildándolos de «populistas».
Vargas Llosa y el ex presidente argentino Mauricio Macri
Él habla de la tragedia de América Latina, ignorando deliberadamente que fue una región saqueada por gobiernos liberales y masacrada por el Plan Cóndor, cuyo mentor fue su amigo Henry Kissinger. Pero se olvida de que estudió en el Colegio Militar del Perú, donde adquirió el carácter autoritario, y era tan contradictorio que luego, en la Universidad de Lima, militó en «Cahuide», un nombre que mantenía vivo al Partido Comunista (?). Por si fuera poco, escribió una famosa carta adhiriendo a la Revolución Cubana de Fidel Castro.
Quiso ser presidente de Perú por la derecha conservadora de la Democracia Cristiana y fue derrotado por un hijo de inmigrantes japoneses, Fujimori. En su «exilio» comercial, nunca criticó a Fujimori por sus prácticas genocidas.
Entonces decidió ir a vivir a España, donde se nacionalizó como español y se conectó con las grandes compañías editoras en idioma castellano, y desde entonces comenzó a viajar financiado por la derecha internacional para denostar a los gobiernos que se oponían a la «globalización financiera». Esa actitud aumentó luego de recibir el Premio Nobel de Literatura, por lo que sus conferencias conectadas eran solicitadas por los círculos del poder, que le pagaban 100.000 dólares estadounidenses cada una. O sea, muy distinta su actitud a la de sus pares en inmensidad literaria, como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Bioy Casares y otros.
Quienes pretendan escindir el campo intelectual de la literatura con la política es porque no logran comprender que, subliminalmente, cada escritor desliza su pertenencia ideológica. Que tampoco tiene que ser un impedimento para que pueda ser escuchado o leído respetuosamente. De todas maneras, tanto en el oficio de escritor como en el de cualquier profesión, hay dos formas de desarrollarse en la vida: una con coherencia intelectual, y otra en la que sus acciones los muestran que, con el tiempo, pasan a ser enemigos de su propio ideario.
Con respecto a los Premios Nobel, hay que decir que tiene dos visiones: tanto el de la Paz como el de Literatura no son eminentemente técnicos. Los dos primeros tienen, casi siempre, connotaciones políticas, como por ejemplo el de la Paz a Henry Kissinger, que fue el jefe casi nazi que creó la Operación Cóndor, favoreciendo la aparición de criminales como Videla, Pinochet. También el Premio Nobel de la Paz al ecofascista Al Gore, que en su campaña electoral a la presidencia hizo un pacto con las corporaciones farmacéuticas para imponer en Sudáfrica la prohibición de fabricar vacunas genéricas contra el SIDA y, de paso, realizar una limpieza étnica y clasista. Por eso murieron decenas de miles de sudafricanos al no poder pagar las otras vacunas. También el «bueno de Obama» fue el presidente que más guerras desató a la vez: siete guerras simultáneas, en Afganistán, Irak, Siria, Pakistán, Somalia y Yemen.
Me olvidaba un detalle revelador de la dignidad de determinadas personas. Como por ejemplo, cuando se le dio el Premio de la Paz a Kissinger, fue en 1973 junto a Lê Đức Thọ, de Vietnam, al finalizar la guerra llevada a cabo por EE. UU. El oriental recordaba a los dos millones de compatriotas que murieron por una causa que nunca pudieron comprender y por eso se negó a recibirlo. También estaba el Premio Nobel de Literatura a Winston Churchill, que como escritor no pasaba de la media. Pero era británico…
Quedó para el recuerdo el puñetazo que le dio Vargas Llosa a García Márquez en un teatro donde accidentalmente se encontraron. Es que el peruano tenía un ego enorme, era muy celoso del amor que la gente le prodigaba a «Gabo».
En la hoguera de las vanidades se cocinan todos los egos.
3 comentarios
Dani
Para muchos la única verdad es la izquierda. Así estamos
ciudadano conciente
!Aplausos para Monetta! Pluma lúcida!
Xxj
gorila asqueroso, odiaba a Latinoamérica, de dónde el era