Por Lucas A. Cosarinsky, Médico Especialista en Cardiología (MP 9917 – MN 110561)
Según revela el libro de Lanata, «Argentina Quinientos Años entre el Cielo y el Infierno», en aquel momento se denunciaron fórmulas medicinales que no coincidían con los ingredientes mencionados en los prospectos autorizados por el Ministerio de Salud. Además, se descubrieron ganancias exorbitantes que superaban el 1000%, lo que llevó al congelamiento de los precios.
Hoy, en pleno siglo XXI, nos encontramos nuevamente ante la llegada de nuevos fármacos, en este caso, las denominadas glifozinas. Estas drogas, altamente eficaces en el tratamiento de enfermedades como la diabetes, insuficiencia renal e insuficiencia cardíaca, se presentan con costos elevados y diferentes niveles de cobertura según la obra social o prepaga, sin estar ampliamente disponibles en el ámbito público.
Si bien se habla de genéricos como alternativa, es necesario destacar que su llegada al mercado no es tan simple. Los genéricos son fármacos que, molecularmente, son idénticos a los originales, una vez que ha expirado el período de monopolio de comercialización del laboratorio de origen. Para ello, deben cumplir con estudios de bioequivalencia, demostrando en ensayos clínicos que producen los mismos beneficios que la versión original.
Sin embargo, surge una incógnita preocupante. ¿Por qué algunos laboratorios nacionales aseguran, en sus visitas médicas de propaganda, que son los únicos en realizar la bioequivalencia? ¿Es esto cierto? Si es así, ¿cómo es posible, considerando las normativas vigentes de la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica) que prohíben la comercialización de fármacos que no demuestren bioequivalencia, práctica común en países desarrollados con reguladores farmacéuticos sólidos?
En este escenario, se plantea la necesidad de una revisión crítica de la relación entre los nuevos fármacos, los intereses comerciales y la transparencia en la información proporcionada a los profesionales de la salud. La sociedad merece no solo acceso a tratamientos efectivos, sino también garantías de que la competencia en el mercado farmacéutico se base en la calidad y seguridad de los productos, en lugar de en antiguos intereses que solo buscan el lucro.