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viernes 13 de diciembre de 2024
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Director: Claudio Gastaldi
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Nota escrita por: Ricardo Monetta
viernes 30 de agosto de 2024
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¿Quo Vadis? ¿Hacia dónde vamos?

El siglo XX fue una etapa pesimista. Tanto que todavía hoy no se concibe un pensamiento serio sin una fuerte dosis de amargura. La realidad nos ha permitido tener una perspectiva histórica al pasar al siglo XXI, donde se ha naturalizado el horror. Incluso la demagogia política, ya sea de derecha o izquierda, ha pasado de la utopía de un mundo perfecto al discurso de la salvación desesperada del caos. Y este "discurso", como siempre, es la principal arma de dominación que han inventado las "sectas" políticas que se atrincheran en los palacios gubernamentales. Sin embargo, esas sectas renuevan cada tanto sus estrategias, y día a día, siglo a siglo, van perdiendo poder. Poco a poco, los pueblos dejan de ser individuos y se transforman en sujetos históricos a través de las luchas donde reclaman lo que les han arrebatado y les pertenece.

Mientras el llamado hemisferio desarrollado abusa de una nueva estrategia reaccionaria, América Latina, después de siglos de pesimismo pasivo y condescendiente, da ciertas señales de renovación. Pero no por sus tradicionales rebeliones, que, aunque justificadas, no ayudan en este proceso, sino que lo aplazan en beneficio de la reacción. Porque la desobediencia más efectiva es serena, creativa y sin ambigüedades. Lo que no significa ser «tibios».

Veamos la dinámica histórica de este fenómeno:

América Latina no se independizó de España por las nuevas ideas que se embanderaron después, sino por los intereses políticos y económicos de las clases criollas dominantes. Por estos mismos intereses se fragmentó más tarde y se justificó con exacerbados nacionalismos. Cuando luego se extendió el derecho al voto a sectores antes marginados de la sociedad, tampoco fue por humanismo, sino por la convergencia de una nueva forma de perpetuar la dominación de clase. En esas primeras instancias, de esa manera se pudo conservar la antigua estructura de poder amenazada por las nuevas corrientes de pensamiento del siglo XIX. Así, los electores creyeron que su mejor decisión era dejar que los antiguos caudillos decidieran por ellos. Luego se universalizó la educación primaria como forma de disciplinar obreros para que pudieran comprender la expansión industrial y así confirmar el predominio de la naciente clase burguesa. Las ideas feministas que existían de tiempo atrás se universalizaron para hacerlas «políticamente correctas». Fue la mejor forma de confirmar el capitalismo tardío, que necesitaba nuevas fuerzas productivas de bajo costo, así como nuevos consumidores, especialmente en el primer mundo. Las prédicas humanistas contra la esclavitud fueron combatidas y burladas durante siglos. De pronto, la bandera del pirata es reemplazada por la bandera humana del antiesclavismo. Una nueva forma de confirmar un «poder» en pleno crecimiento: Inglaterra, la mayor traficante de esclavos, se convierte, al mismo tiempo que su «revolución industrial» necesita asalariados y no esclavos, en el imperio de los «derechos humanos», contra la agrícola Europa y a favor (ahora sí) de la abolición de la esclavitud.

Hay que observar que todas las concesiones estratégicas del poder en ese momento de los intereses sectarios terminaron un día en convertirse en reivindicaciones irreversibles: el derecho, también humanista, a la autonomía y a la autodeterminación de los pueblos, el derecho al voto universal, las conquistas feministas, las reivindicaciones raciales y sexuales que se vieron confirmadas desde la periferia. La vocación de dominación de unos grupos o países permanece y cambia de estrategias. Pero, de igual forma, la conciencia y la acción de los grupos marginales u oprimidos entran en la escena de la Historia con mayor fuerza. El factor común: la liberación, esa famosa «rebelión de las masas», que escandalizaba al poder europeo que consideraba que acabaría por destruir a Occidente. (La Historia se encargaría de demostrar que fueron las «élites» los mayores destructores).

Este proceso de «desobediencia» social arranca en la Edad Media. La imprenta se inventa después de la revalorización de la cultura humanística. Muchos críticos de la antigua autoridad política, eclesiástica e intelectual eran sacerdotes católicos que copiaban y leían los manuscritos de los que habían retornado de los viajes a la cultura islámica. ¿Fue la imprenta producto de una inevitable necesidad histórica? No sabemos. Lo que sí sabemos es que nuestro presente humano depende más de nuestro futuro inmediato que de nuestro pasado.

Y la pregunta es: ¿por qué negamos la misma dinámica de la Historia y la asimilamos al conocimiento científico, donde el presente es simple y pura consecuencia del pasado?

Es una falsedad pensar que el pensamiento es algo que surge del cerebro de un hombre espontáneamente. Cada hombre, cada mujer, es un nodo histórico, es decir, un punto de confluencia de un pasado, de un contexto insondable, que a su vez se convierte en un punto de divergencia que alcanzará a otros hombres. Pero también es la síntesis de ese enorme pasado histórico, a veces oculto, casi siempre contradictorio de nuestras fantasías colectivas. Asumir que existe un individuo independiente de un grupo insondable de vivos y muertos, llamado Humanidad, no es una mera abstracción.

¿Sus ideas, sus creencias, sus valores son acaso obras de su originalidad individual?

Lo cierto es que en este mundo, todavía ha usurpado la esperanza de que el patetismo medieval del anciano domina aún sobre el espíritu joven de la renovación y la aventura. La vida no tiene dueño. Mucho menos le debemos el mundo a quienes lo han hecho a su medida y se resisten a cambiarlo aún después de muertos.

  • LOS AVAROS DOMINANTES SIEMPRE SE HAN RESPALDADO COMO INTERMEDIARIOS DE UN DIOS INTANGIBLE, A ESTA ALTURA ES EL ESPESOR DE UN PAPELITO CON UN NÚMERO…

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