Desde antes de ayer me siento como habitando en otro país, en una Argentina diferente, donde estamos a punto de perder todas las referencias solidarias que han dado soporte a mi vida. En esta, la última etapa del camino, dependiendo de los magros ingresos a los que tengo derecho luego de cinco décadas de aportes al sistema jubilatorio, pero que son completados con soportes adicionales, como el de atención de mi salud y provista de medicamentos, sin costo para mí, por parte del sistema público de retiros. Algo que es posible porque existe el Fondo de Garantía Solidaria, un enormísimo volumen de riqueza, adquirido con nuestros aportes históricos y recuperado por Néstor Kirchner, luego de la pesadilla de las AFJP.
Son 40.000 millones de dólares, conformados con activos tangibles, que se actualizan cotidianamente, y no solo le dan soporte a mi salud, sino también a todas las contribuciones estatales que remedian situaciones de emergencia impostergable, de los sectores que se van quedando fuera de la economía, en esta cruel etapa terminal de fin del ciclo del neoliberalismo económico, el sistema de organización social más cruel, jamás imaginado por los hombres. 40.000 millones de dólares que a partir de diciembre podrían ir a manos de la usura financiera.
RECORDANDO MI PASO POR LAS AFJP.
Entonces, y una vez más, recordé mi experiencia con las AFJP: llevaba 3 décadas de aportes, al sistema público de reparto (el sistema público de jubilaciones) cuando intempespentivamente me pasaron de prepo a estas empresas monstruosas, montadas por los saqueadores de siempre, para robarnos.
El primer mes, luego de un tortuoso procedimiento virtual, logré abrir mi cuenta en la que me habían metido sin consultarme, y vi, con enorme sorpresa, que si bien de mi sueldo (redondeando a fines del ejemplo) me habían descontado 100, como aporte jubilatorio, en la AFJP me habían acreditado 70. Obviamente pensé que era un error y me dirigí a la coqueta oficina de la empresa, donde luego de esperar un rato, una funcionaria, artificialmente blonda, maquillada como para un ágape, me explicó con un sutil tono condescendiente, que el 30% de mi aporte faltante me lo descontaba la empresa, como retribución a sus ‘servicios administrativos’, así me informó.
Salí del local en estado se shock pensando, sin entenderlo ni mucho menos creerlo, que el gobierno de turno (estaba el Carlos aquel que disfrutaba de la Ferrari que le habían regalado por sus servicios, mientras ingería pizzas con champagne, rodeado de blondas que le decían que era alto buen mozo y que tenía ojos azules), vuelvo a la frase: el gobierno de turno había autorizado a estas brutales empresas a nada menos que ¡cobrarme anticipado por tenerme mi plata! Algo inédito en el capitalismo global, donde el sistema financiero habitualmente te paga intereses si le concedes tus ahorros en custodia.
Salí de ahí espantado y me fui a lo de mi contador, quien me orientó en el tortuoso camino burocrático establecido para volver al ‘sistema de reparto’, cosa que inicié inmediatamente.
Entonces me di cuenta que mi sueño había sido la continuación de aquella pesadilla de las AFJP que viví hace más de dos décadas. Porque dos de los tres candidatos ungidos con posibilidades de ser electos en octubre, afirmaron públicamente, que, de ganar la compulsa, volverán a las AFJP y usarán los 40.000 millones de dólares (de donde salen entre otras cosas la plata para mis remedios) para dársela a los bancos, en compensación por las Lebacs y las Leliqs.
Me quedé pensando en la cantidad de jubilados como yo, que los votarán eventualmente a ambos candidatos ¿sabrán que a partir de diciembre tendrán que pagarse ellos los remedios? No sé, esta tarde por las dudas voy a ir al PAMI, para que el médico me prescriba el más fuerte de los somníferos posibles, para, si tengo pesadillas esta noche nuevamente, ni enterarme. Al menos tengo algunos meses de remedios sin cargo. Después no sé, que la providencia nos libre y nos guarde (o nos lleve de gira).