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viernes 13 de diciembre de 2024
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Nota escrita por: Ricardo Monetta
lunes 12 de agosto de 2024
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¡Cipayos hubo siempre!

La pregunta repetida a través del tiempo, a partir de los procesos electorales con y sin "fraude electoral", denuncia muchas verdades relativas, pero ninguna certeza que luzca como una sentencia: ¿Cómo un modelo pensado por y para minorías puede engañar a millones a la vez? En ese pasado, los falsificadores del pasado y del presente tienen un rol fundamental. Para que reine el lobo con piel de cordero, siempre son indispensables los cipayos y traidores a la Patria. Hacen falta muchos verdugos de la Historia para que, en el país de "un hombre, un voto", siga mandando el "privilegio". Sin ellos, esto fue y será imposible. La infidelidad que contamina el cuerpo social y desclasa a millones de seres humanos no tiene protagonistas paridos por una sola matriz, ni existe una razón fuera de lo normal como origen y motor.

Los cipayos ocupan distintos roles, arriba de todos los escenarios posibles: políticos, economistas, militares, sindicalistas, jueces, periodistas, empresarios, etc. La lista de hechos y protagonistas es tan larga como añeja, y quizá sea una advertencia para los tiempos que vienen. El «génesis nacional» mixturó lo mejor y lo peor de la condición humana en estas latitudes con forma de Patria. Ya en su nacimiento de Mayo de 1810, cuando Mariano Moreno fue envenenado en alta mar. San Martín fue «vendido» por Alvear; los desacatos de Belgrano para salvar la Revolución; Rivadavia entregando el país a Inglaterra, la oligarquía salteña asesinando a Güemes; Dorrego fusilado miserablemente por Lavalle; Facundo emboscado en Barranca Yaco; Urquiza terminando con Rosas por encargo del Emperador de Brasil, y en 1861, en Pavón, entregando el poder a los Unitarios de Mitre, quien aniquiló a Paraguay con la guerra de la Triple «Infamia» por orden de Gran Bretaña, y Roca exterminando indios para asegurar la conquista en favor de la oligarquía.

La integridad del anhelo sanmartiniano de Patria Grande quedó plasmada en aquella carta a Rosas del 10 de julio de 1839: «Lo que no puedo concebir es que haya americanos que, por un indigno espíritu de partido, se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor. Una tal felonía que ni el sepulcro la puede hacer desaparecer». En el siglo XX, el sueño de justicia de unos y el idéntico deseo de venganza de otros se mantuvieron inalterables.

Para Scalabrini Ortiz, el 17 de octubre de 1945 fue «el subsuelo de la patria sublevado» y, según el radical sanmartiniano, se trató del «aluvión zoológico». Arturo Illia, antes de que el general «democrático» vencedor de «azules y colorados» terminara con sus días en la Casa Rosada, sentenció: «No les tengo miedo a los de afuera que nos quieren comprar, sino a los de adentro que nos quieren vender». Y el inefable Arturo Jauretche sentenció: «Si malo es el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende».

Ni hablemos de la enajenación en sus distintas formas que, después del retorno a la Democracia, en sus distintas versiones, tanto Menem, como Macri, y ahora Milei, se han disputado la manera de hacer «negocios» personales, tanto desde el punto de la obsecuencia ideológica como en beneficios personales sobre lo colectivo. La fase final de este proceso nos hizo desembarcar en el neoliberalismo, que, como la fase caníbal del Capital, nació para sepultar los sueños del «campo popular y nacional».

En la actualidad, estamos asistiendo a un proceso de «balcanización» del país a través de la indigna complacencia de diputados y senadores, de la Ley de Bases, y del Proyecto RIGI, que no es más que la entrega de los recursos naturales de nuestro país. Desde el advenimiento de la Democracia, Argentina tuvo un Congreso tan salpicado de cooptación y corrupción, donde los legisladores se probaron el «traje de Judas» y se olvidaron de las convicciones que la Patria reclamaba a gritos. Gritos que fueron reprimidos a diestra y siniestra por esta democracia con dictadura económica.

La noción de país que este «tartufo», producto de una alianza siniestra e incompetente como lo comprobamos a diario, contiene es semejante a la Edad Media, donde había vasallos (cipayos) del monarca de turno y ningún ciudadano. Una opción del «libertario», con deseo de estadista de vodevil, sería alistarse dentro del G-7. Y allí estará nada menos que el Reino Unido, con el plan que ya comenzó de la construcción de un puerto militar ampliado con miras a la Antártida. ¿Le reclamaría algo? ¿O su cobardía política y ceguera diplomática lo hacen agachar la cabeza con la gratificación de pertenecer a la élite del poder mundial? ¿Le reclamará que Chile haya ayudado a Inglaterra con datos de inteligencia militar y bases de donde salían aviones con tripulación británica para bombardear las Malvinas?

El palabrerío inconexo de Milei sobre un imperio que toma el mundo con violencia y por asalto, lo hace en nombre de un presunto favor a la Humanidad. No hay nada más peligroso que el mesianismo en manos de un gran poder militar. Habría que decirle a Milei que Lao Tse se estudia en todo el mundo porque su enseñanza inicial se centra en la noción de la Realidad dentro del Tiempo. Pero el anarquismo estrafalario de Milei está cada vez más cerca de los antiguos Jenízaros turcos, pero de Norteamérica.

Como decía Eduardo Galeano: «Ahora las dictaduras y la tortura se llaman ‘apremios ilegales’. La traición de los cipayos se llama realismo. El oportunismo, se llama pragmatismo. Al imperialismo se lo denomina globalización». Y a las víctimas del imperialismo se las llama países en vías de desarrollo».

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