Trabajar para vivir o vivir para trabajar, podría ser el dilema sino fuese porque uno está corriendo ya no solo detrás de la zanahoria inalcanzable, esa metáfora que da cuenta de que algo siempre nos falta, de ese deseo nunca satisfecho que es el motor de la vida, solo que lo hemos cirscuntripto -casi con exclusividad- a las cosas materiales, a lo que se puede comprar con dinero.
El tiempo es dinero y nuestras horas de vida son la riqueza del mundo. Qué importan los recursos naturales, que importa cuánto litio, coltán o petróleo sino hay cerebros ni manos para excavar la tierra, perforar las plataformas marítimas, arrasar los bosques, y contaminar los ríos sino hay trabajo humano para sostener el sistema con el sudor de las frentes y el quebrando de las espaldas.
Vivimos en una enorme colmena alimentando un sistema que nos consume como pilas. Y el tiempo no para.
Ahora se está discutiendo si la cantidad de horas semanales que trabajamos -según la legislación laboral- tienen que pasar de ser 48 a 40 Hs. Lo que se trabaje de más corre como horas extras… o serán horas pagadas en negro y sin chistar.
Claro, en principio es una discusión que le pasa cerca a los que tienen un trabajo con todas las de la ley. Algunos proponen, incluso, que la jornada laboral se reduzca a 36 horas semanales.
Cuentan que en aquellos países en los que la jornada laboral se redujo, como Chile o España por ejemplo, la gente se enferma menos, trabaja mejor, y es más feliz.
Pero acá a los dueños de todo no les gusta la idea, dicen que van a tener que pagar más, que aumentarán sus costos laborales y, sobre todo, dicen que en un país con pobreza por definición se tiene que trabajar más. Que los salarios no son otra cosa que el pago de los productos y servicios que se generan, por lo que si hay pobreza, el país necesita generar más bienes y servicios. No puede darse el lujo de trabajar menos porque la gente sale de la pobreza con trabajo.
Eso dicen los que se quedan con casi toda la torta, con el dinero que a nosotros nunca nos alcanza, en definitiva, con nuestro tiempo.
-Pero fosforito, para qué quiere trabajar menos, ¿para hacer qué cosa? ¿Juntarse con amigos a tomar vino y hablar al pedo?
– Quizás para vivir la vida, estimado
Me he puesto a pensar y caí en la cuenta que rindo tres veces más de lo que rendía hace 20 años, que puedo hacer en una tarde el trabajo para lo que antes necesitaba una semana y todavía me queda un rato para la familia, para dormir, comer, ver la tele y alguna que otra pausa relacionada con el goce…
Y supongo que si fuera mujer mi lista de actividades diarias sería mucho más extensa e intensa.
El avance tecnológico, el transporte, la internet, el celular, la robótica, y un sinnúmero de aplicaciones y softwares son herramientas increíbles que nos permiten tener un vasto mundo de posibilidades en la palma de la mano. Pero si alguna vez pensamos que gracias a estos avances nuestras vidas estarían menos sobrecargadas, que por poder hacer más tareas en menos tiempo íbamos a tener más espacio para todo lo demás que no fuera trabajar, el Siglo Veintiuno nos encontró galopando de manera infernal -y como pocas veces- al ritmo loco de la vida moderna, con disponibilidad horaria full time.
Según los que presentaron los diferentes proyectos para la reducción de la jornada laboral, la idea es avanzar de a poco, contemplando cada actividad y por sectores. Primero les tocaría a los trabajadores de las grandes corporaciones; esas mismas que mientras nos empobrecen, ganan plata invirtiendo poco y aumentando los precios.
Parece una locura imaginarse trabajando menos si cada vez son más las personas que ya tienen trabajo y buscan un segunda o tercera ocupación, si cada vez son más los que trabajan entre 10 y 12 horas diarias, 6 días a la semana, algunos en un solo trabajo, otros en dos o tres laburos diferentes: el principal, el secundario y el currito. Y no estoy contando las horas que muchos tienen sólo en ir y venir del trabajo.
La desocupación ha dejado de tener la centralidad de antaño para darle lugar a los pluriempleados.
En Concordia nomás, la mitad más uno es pobre, (58.2 por ciento), pero casi todo el mundo trabaja (6.8 por ciento es la desocupación). Son apenas un puñado los que están sin trabajo de ningún tipo.
El problema a resolver tiene que ver con la distribución de la riqueza. Hace 7 años que se vive un periodo de achatamiento brutal de los salarios. Esa famosa frase de guerra que era “hay que reducir el costo laboral” se llevó a la práctica. Se logró un sistema de trabajo a la medida de los ricos más ricos, de los que dirigen la batuta de toda la cadena. Porque en la mayoría de los casos el dueño o dueña de la pequeña empresa en la que trabajás (familiar o no tan familiar) laburan a la par o más que cualquier empleado, pero además cargan con la gran parte del peso del fracaso.
Los grandes ganadores se escudan detrás de la inviabilidad que tendrían estas pequeñas y medianas empresas para cumplir con una jornada laboral reducida. Pequeñas y medianas empresas que también son parte de su comidilla diaria, sujetas a las condiciones comerciales y las imposiciones de precios en insumos y servicios.
Y también olvidan que los trabajadores y trabajadoras le transfirieron al capital 87.000 millones de dólares en los últimos 5 años, según un estudio económico de CIFRA que certificó además la caída del salario real, que se encuentra a niveles de abril de 2006. Mientras que los salarios reales se redujeron 12,1% entre 2016 y 2022, los precios de las ramas concentradas aumentaron 21,3% por encima del IPC.
Un informe presentado por la CTA en 2021 también daba cuenta que los trabajadores «destinan 1 hora y 45 minutos de una jornada laboral de 8 horas para producir el equivalente al valor de su salario, mientras el resto del tiempo, 6 horas y 15 minutos, lo dedican a producir un excedente que es apropiado en primera instancia por los empresarios».
Después de la pandemia, sobre todo, empezó a manifestarse la agresividad de los grupos económicos de la Argentina, que se pusieron de pie y se pararon de manos para defender lo que habían empezado a ganar con el gobierno del ángel destructor de ojitos claros.
Estamos acá por muy poco tiempo, la vida pasa rápido. No es justo vivir trabajando como esclavos de un reloj para que unos pocos levanten sus pirámides.