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lunes 9 de diciembre de 2024
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Nota escrita por: Ricardo Monetta
domingo 14 de abril de 2024
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Javier Milei, una pesadilla histórica producto de la historia, no de las pesadillas

Argentina vive hoy tiempos dramáticos, no solo por el presente, sino por el riesgo potencial de fragmentación de la República para caer por estado de necesidad en manos de los nuevos colonialismos (y viejos también) que sobrevuelan como buitres hambrientos viendo cómo las "tribus políticas" se disputan el poder no a través de las reglas democráticas creadas a través de la Constitución y sus instituciones. Hemos naturalizado de tal manera este estado de excepción que se sufre por un Decreto que ha permitido la anarquía de una economía de por sí frágil, un camino hacia el precipicio, que se justifica por el solo hecho de haber triunfado en una contienda electoral, sin importar que con el poder otorgado por esa contienda se comenzó una cacería hacia las instituciones del Estado, que el presidente dice aborrecer, pero cobijado en el mismo Estado que le dio la posibilidad de ejecutar con insensibilidad y crueldad extrema una ideología basada en el anarcocapitalismo "paleozoico", y también respaldado por ese segmento de la población que le ha secuestrado, anulado y amputado esos derechos obtenidos a través de una historia de lucha y sangre, que gime y grita libertad, cuando ella y sus beneficios son solo para los otros, poderosos de las élites y políticos inescrupulosos que constituyen la "claque" que como focas en la costa y en el parlamento aplauden y exhiben una promiscuidad política que hace que el pueblo cada vez quiera saber menos de esa, la verdadera "casta", junto a la empresaria que se lanzaron a una orgía de precios y negocios propiciados por una desregulación insana desde todo punto de vista. ¿Es posible que como ciudadanos no nos demos cuenta de lo que ello significa: la exclusión, la esclavitud de la pobreza y el exilio para franjas enormes de desesperanzados?

¡Tan bajo hemos caído que tanto los argentinos como los latinoamericanos, durante muchos años, fuimos prisioneros de un discurso dominado por los «mandarines» del lenguaje económico; que fuimos pasivos receptores de un discurso fundamentalista en el que clausuraba de una vez y para siempre cualquier alternativa a la del neoliberalismo? Los economistas «profesionales», aquellos en especial que oficiaban de gurús de los grupos económicos y que estaban a la vanguardia de la especulación financiera, habían logrado instalar una palabra mágica: la inexorabilidad, que quería decir precisamente eso: que el triunfo de la «economía de mercado» y de la globalización financiera, constituían no solo el triunfo del éxito del capitalismo más concentrado y liberal, sino en un sentido más amplio y decisivo, el «fin de la historia». El arribo a una época en la que quedaban para siempre cerrados los conflictos políticos, las luchas ideológicas y cualquier alternativa a las leyes sacrosantas del «rey mercado».

Fue una época en la que el silencio de los cementerios era el lugar que se destinaban todas aquellas tradiciones que se habían atrevido a cuestionar la marcha triunfante del capitalismo y su fase superior, el neoliberalismo, convertido en amo y señor en un mundo unipolar. El giro de los 80 y 90 hacia la brutal economía de mercado supuso el ocaso de aquellos proyectos emanados de los países subalternos que vieron de qué modo se diluían sus esperanzas mientras crecían exponencialmente la desigualdad y la pobreza. El triunfo del neoliberalismo de esa época, como ahora, supuso no solamente la conquista del presente, sino también la reescritura y negación del pasado que busca arrojar al cajón de los desperdicios de la memoria completa, de los incontables de la historia. Eso es parte de la «batalla cultural», y el ataque a todo proyecto cultural que ayude a pensar las pesadillas vividas y las que sufrimos hoy. La diferencia con el ayer es que «esta» sociedad parece anestesiada en la comprensión de la importancia de lo que está en juego en las próximas decisiones, tanto en el ámbito de la política como en el escenario de los pueblos sojuzgados: «la calle».

Así como una vez surgieron fuerzas progresistas desde Brasil, Venezuela, Bolivia, Argentina y Ecuador, comenzaron a surgir nuevas perspectivas con proyectos complejos pero eficientes a la hora de redefinir el concepto del Estado como representación de las Repúblicas Populares con regulación eficiente del Estado, aun en disonancias con las burguesías vernáculas que veían afectados sus privilegios. Todo eso que pudimos disfrutar no fue un sueño. Fue una realidad. Todos esos países sufrieron «operaciones» de todo tipo, que no viene al caso describir ahora. Incluso en nuestro propio país se intentó forzar un alineamiento en el 2005 en Mar del Plata, cuando tanto Néstor Kirchner, Hugo Chávez e Ignacio Lula da Silva, le dijeron NO en la cara al mismo George Bush al alineamiento incondicional del ALCA, como alguna vez quiso hacerlo John Kennedy en 1961.

Pero pareciera que nuestra sociedad no se quiere mirar en el espejo de la historia. Tiene miedo de reconocerse a sí misma como corresponsable por haber seguido al «flautista de Hamelin», como lo describí en otro artículo, que los sedujo y no se dieron cuenta de que estaban caminando por la cornisa, y a punto de caer en el abismo.

Y todo esto lo están auscultando los grandes intereses corporativos, para cuando llegue el momento abalanzarse, como ya lo están haciendo en Ucrania, a participar del festín del desguace del Estado. Esto que está pasando es propio de la hegemonía del capitalismo especulativo financiero y las corporaciones como Black Rock, que maneja Larry Fink con un capital de US$ 8 billones de dólares. Y esto fue posible por el fascismo cognitivo, no me canso de decirlo, inoculado a gran parte de las nuevas generaciones por el poder de los grandes medios de comunicación y la telefonía celular que ha dominado las mentes de los habitantes víctimas de ese fascismo cognitivo que les mencioné anteriormente. Y por otra parte, el capitalismo profundizó la despolitización de las sociedades lanzándolas a los brazos de la tecnocracia, al management empresarial y a la retórica aterrorizadora de los medios, funcional a la destrucción del trabajo, a la profundización de la desigualdad y por ende a la expulsión a la marginalidad. No nos olvidemos que una parte de la «clase política» y los partidos tradicionales fueron cómplices directos del vaciamiento de la política y de las instituciones de la democracia.

Y una gran responsable del sistema de desigualdad es una parte de la Justicia en los más altos cargos de la Nación y de cada provincia. Si existiera justicia, personajes siniestros con causas pendientes como Macri, Caputo y Sturzenegger deberían vestir traje a rayas, aunque sean de Versace, pero en la cárcel. Y estos personajes son los que determinan las reglas por las cuales muchos argentinos ya se están muriendo, ya sea de hambre o enfermos carentes de medicamentos.

Pero estamos viviendo tiempos distintos. Sin moral, sin principios, sin solidaridad, sin empatía, sin pensar en el «otro»…

Estamos viviendo un tiempo en que la indiferencia hacia la suerte de los demás es una enfermedad que se agrava cuando los demás somos nosotros mismos sufriendo la indiferencia ajena…

 

 

  • ¡¡¡Qué se hagan cargo sus votantes!!!! Por lo menos para remediar el mal que nos causaron a todos los argentinos, que salgan a las calles cuando salimos a reclamar…

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