Charly García es el artista genial, indiscutido en nuestro país, crítico, revolucionario, autor, por ejemplo, de una versión del himno nacional que restituyó al pueblo, sustrayéndola de las garras del Poder Militar que había dictado, por decreto, su carácter de Marcha y censurado cualquier forma popular. Por eso fue, incluso, denunciado, enjuiciado. Es también compositor de un disco maravilloso, que hoy, cinco de noviembre, cumple 40 años de su lanzamiento: “Clics Modernos”.
El disco fue grabado en Nueva York y la icónica foto de su tapa, tomada en una esquina de una pared en la que fue pintada una silueta oscura por el canadiense Richard Hambleton (que será homenajeada, hoy, en ese mismo lugar, con una placa recordatoria), le recordó al siluetazo, una intervención artística que se había hecho en septiembre de 1983, en el marco de una marcha organizada por las Madres de Plaza de Mayo. Al lado, otro grafiti rezaba “Modern Clix” que era el nombre de una ignota banda de postpunk local que inspiró en Charly el concepto que mejor encajaba con su nueva música y con la nueva era en la que entraba el país, ya que el disco salió un mes antes de que los militares se retiraran definitivamente del Poder.
Como todo gran creador, procesó artísticamente con sus canciones, las emociones de un país que abandonaba su período más oscuro e inauguraba una etapa colmada de esperanzas, con las marcas y las secuelas de las pesadillas. Sus nueve composiciones son superlativas, pero puesto a elegir, “No soy un extraño” que canta al exilio, a la nostalgia del que vuelve como un tango, al desprejuicio del sexo y la homosexualidad y a la promesa de no volver ser atrapado dos veces con la misma red, “Nos siguen pegando abajo” como transparente metáfora de la represión de los hombres de gris y “Los dinosaurios”, consagratoria canción que denuncia la angustia de las desapariciones de la Dictadura, el secuestro y la tortura.
Charly García realizó la presentación oficial del disco en el Luna Park el 15 de diciembre, en plena primavera alfonsinista, y los argentinos lo incorporamos a nuestro acervo e identidad cultural porque es de nosotros, de quien habla, es a nosotros y a nuestra historia, a ese momento de transición y sus incertidumbres a quien canta. Incluso en esta coyuntura nos interpela, en la que ni los Dinosaurios se han ido del todo y los carceleros de la humanidad quieren volver a atraparnos, por segunda vez.
CUERPOS ESTALLADOS
Escucho en los sueños, los síntomas y los discursos, el terror al estallido, la metáfora de la explosión, que expresa el agotamiento, el estrés y la angustia de los sujetos y en ocasiones, en la literalidad de sus cuerpos, en sus manifestaciones psicosomáticas. Parecen un correlato de propuestas terroríficas que afectan la integridad del cuerpo real y social.
La expectativa y promoción por la ultraderecha, de un estallido, de que todo explote resulta de la increíble esperanza de muchos, de salvar el naufragio de un barco colocándole una bomba. Eso en un país en el que los golpes y estallidos han destripado y destrozado no solo el tejido comunitario sino, fundamentalmente, organismos, subjetividades y vidas de los más pobres.
El cuerpo en la modernidad capitalista ha sido aquello que el obrero ha podido ofrecer, lo único que posee, como fuerza de trabajo a los que se adueñaron de los medios de producción. El capital percibió que mantener al mínimo la subsistencia del trabajador, era más barato que mantener esclavos. Más aún si una reserva de desocupados debilitaba sus reclamos.
Así los cuerpos se convirtieron en máquinas alienadas al servicio de la reproducción del capital, fragmentando el cuerpo y la vida del hombre, como lo muestra a la perfección Carlitos Chaplin en “Tiempos modernos”. Esa extrema forma de la explotación del hombre por el hombre, es reivindicada hoy en nombre de la libertad, al extremo que la alternativa a la esclavitud y la injusticia, sea morir de hambre, única opción al sometimiento, tal como explicitan sin ambages quienes lo proclaman.
De igual modo ese estallido, ese destrozo, esa explotación, se traduce en la propuesta de la creación de un mercado de órganos, es decir, la “libertad” de los pobres de venderse por pedazos y trozar los cuerpos de sus muertos a la salud de los ricos. Y si la desesperación toma su alma, que no cotiza en el mercado, puede quitarse la vida, pero no “a cuenta del Estado” que estorba la libertad individual de exterminar al “otro”.
Estas espeluznantes propuestas derivan de una ideología fascista y cínica que bastardea la libertad, desmarcándola de la desigualdad y confundiéndola con la indignidad y la desesperación, con la que el Poder económico del Capital pretende sojuzgar a los trabajadores. Lo más dramático es que estas propuestas perversas, sádicas y destructivas, tienen chances de imponerse con el voto democrático. Estamos aún a tiempo de que los carceleros de la humanidad, no nos vuelvan a golpear, ni atrapar con la misma red.