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Nota escrita por: Ricardo Monetta
domingo 8 de octubre de 2023
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Nueva Guerra en Medio Oriente: «No llores por mí, Palestina» (Parte Uno)

Hace 48 años se desató un nuevo conflicto bélico entre el Estado de Palestina y el Estado de Israel. En política exterior, como en otras instancias de los conflictos internacionales, el periodismo juega un papel importante en el manejo de las responsabilidades que le caben a cada uno de los participantes de esos conflictos. Y, como en todos los casos, una foto no es toda la película que da origen a cualquier conflicto. La Historia está llena de ejemplos donde la verdad está escamoteada o secuestrada para ocultar el verdadero génesis de los acontecimientos. El capítulo entre Palestina e Israel no es reciente, sino que data de más de cien años, más precisamente desde el 29 de septiembre de 1923, cuando la Sociedad de Naciones asignó formalmente a Gran Bretaña el rol de Potencia Mandataria en Palestina. Su misión era guiar al pueblo palestino desde el Colonialismo hasta la Independencia. En lugar de ello, en uno de los actos más flagrantes de mala fe, hipocresía y cinismo de la historia moderna, la principal potencia colonial del mundo en ese momento entregó Palestina a los colonos europeos, desposeyendo a los nativos palestinos y sembrando las semillas de conflictos sangrientos de sangre y dolor.

El Deber fiduciario de Gran Bretaña había quedado establecido en el Pacto de la Sociedad de Naciones en 1919. El Artículo 22 del Pacto establecía que: «Ciertas comunidades anteriormente pertenecientes al imperio Turco han alcanzado una etapa de desarrollo en la que su existencia como naciones independientes puede ser reconocida provisionalmente, sujeta a la prestación de asesoramiento y asistencia administrativa por parte de un Mandatario, hasta el momento en que sean capaces de valerse por sí mismas». Y continuaba: «A las colonias y territorios, que como consecuencia de la última guerra, han dejado de estar bajo la soberanía de los Estados que antes los gobernaban y que están habitados por pueblos que aún no pueden valerse por sí mismos en las duras condiciones del mundo moderno».

Pero, ¿quiénes eran esos pueblos, cuyo desarrollo y bienestar Gran Bretaña tenía instrucciones de custodiar como «deber sagrado»? Según un censo británico de 1917, el 92% de ellos eran árabes, musulmanes, cristianos y otras minorías no judías, y el 8% judíos (la mitad de ellos, judíos árabes indígenas). Plenamente consciente de esas cifras, Gran Bretaña abandonó su deber fiduciario de descolonizar Palestina y liberar a su pueblo. Su justificación es bien conocida: La Declaración Balfour.

En noviembre de 2017, en una sola frase de 77 palabras, Gran Bretaña ya había declarado su intención de convertir a Palestina en «un hogar nacional» para el 10% de su pueblo y el resto de los judíos del mundo, mientras se refería al 90% de la población de Palestina como lo que no «eran». «El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un «hogar nacional» para el pueblo judío (sic) y hará todo lo posible para facilitar el logro de este propósito, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de que gozan los judíos en cualquier otro país».

Pero Gran Bretaña tenía otras razones para transgredir su compromiso: Gran Bretaña había decidido mucho antes de la Primera Guerra Mundial- y mucho antes que Chaim Weizmann y que los sionistas aparecieran y vendieran su proyecto al Gabinete de Guerra Británico- que necesitaba controlar a Palestina. Porque Palestina era la terminal terrestre de la ruta más corta entre el Golfo y el Mediterráneo, y por tanto, la ruta hacia la India (que había sido colonizada por Gran Bretaña). Así que para el Imperio Británico era vital controlar estratégicamente a Palestina.

El Conde de Balfour y sus colegas eran antisemitas. La Ley de Extranjería Británica de 1905, redactada por el propio Conde, había sido diseñada para rechazar a los judíos europeos. «¿Qué mejor lugar para enviarlos que Palestina, donde podrían ser útiles?», según sus propios razonamientos.

El primer Ministro Británico Lloyd George tenía la percepción de que los judíos eran particularmente ricos en todo el mundo y controlaban las finanzas internacionales. Al alinear a Gran Bretaña, al Imperio Británico, con los sionistas de Oriente Próximo, Lloyd George actuaba sobre una percepción errónea del poder judío en ese momento.

Así que Balfour, Churchill y otros dirigentes británicos no necesitaron ser convencidos cuando Weitzmann llamó a sus puertas. Aún así, entre la firma del compromiso y la redacción del mandato británico de Palestina (en Londres, París y San Remo), Weitzmann movió cielo y tierra para que Balfour se incorporara al Mandato, confiriendo así estatus legal al proyecto sionista. Y lo consiguió. Según los términos del mandato, vigente desde el 29 de septiembre de 1923, Gran Bretaña aseguraría la inmigración judía, la adquisición de nacionalidad para los judíos europeos, y un fomento intensivo de los judíos e instituciones autónomas sionistas.

A los nativos de Palestina les arrojaron unos cuantos «huesos»: derechos civiles y religiosos (no políticos) y un sistema judicial para asegurar a los extranjeros una garantía completa de sus derechos.

¿Cuál era el verdadero objetivo de Gran Bretaña: la creación de un «hogar nacional» judío o un verdadero Estado Judío en tierra Palestina? Pero hay mucha hipocresía, ya que la parte británica y los sionistas sabían desde el principio lo que estaban haciendo; o sea que permitían la apropiación sistemática de Palestina por los sionistas a costa de los palestinos.

El proyecto sionista nunca imaginó a los judíos como parte de Oriente Próximo. Sus fundadores veían a Israel como una extensión de Europa y un lugar de asentamiento del Estado Judío Satélite, pero no como Oriente Próximo como deseaba Gran Bretaña.

Como siempre, los sionistas jugaron a dos bandas. Ussishkin y otros hablaban abiertamente de «colonialismo», de hecho pensaban que Gran Bretaña los vería como colonos similares a los colonos blancos de Rodhesia, pero a Ben Gurión no le gustaba esa comparación. Al final, Gran Bretaña fue libre de hacer lo que quiso. El Organismo Internacional de la Sociedad de las Naciones estaba dominado por Gran Bretaña (como ahora la ONU está dominada por EE. UU.) y eran Gran Bretaña y Francia quienes decidían la legalidad de las decisiones y si había o no una violación.

Entonces, corresponde preguntarse: ¿Cuáles son las implicaciones prácticas de la mala fe y duplicidad británica hace un siglo? ¿Se pueden corregir esos «errores»? Parece que no. Es importante revisar cada capítulo de esa historia de supresión con dos constataciones: una, que el sionismo, desde sus mismos inicios hasta hoy, no ha renunciado a la idea de tener la mayor parte de Palestina histórica con el menor número de palestinos… Incluso el sionismo liberal no es contrario a ese objetivo. Sólo tiene ideas de cómo hacerlo. Y en segundo lugar, la Coalición Internacional Occidental que permitió el inicio del proyecto que sigue proporcionando hasta hoy inmunidad a un Estado que Amnistía Internacional ya ha definido como un Estado de apartheid.

Quizá cien años no sea tanto tiempo para los que no sufren toda una historia de conflictos y sangre inocente de ambas partes. El punto es que reconocer los 100 años del Mandato de Palestina es colocar ese contexto en primer plano. Coloca la responsabilidad donde corresponde, principalmente a los pies de Gran Bretaña, pero también a los pies de la Comunidad Internacional, porque la declaración Balfour se incorporó casi textualmente al Mandato de Palestina en el texto del preámbulo, donde a partir de entonces se convierte en una parte esencial del Derecho Internacional y, por lo tanto, ya no es una prerrogativa británica, sino que se convierte en una obligación a la que debe adherirse la comunidad internacional. Porque en realidad, dichas obligaciones de la Comunidad Internacional siguen «vivas», es decir, vigentes en su totalidad. Según el Art. 80 de la Carta de la ONU: «Nada será interpretado en el sentido que modifique en manera alguna los Derechos de cualquiera de los Estados o pueblos, o los términos de los instrumentos internacionales vigentes en que sean partes los Miembros de las Naciones Unidas».

En otras palabras, la obligación de la Comunidad Internacional de descolonizar Palestina y liberar a su pueblo, establecida en el Artículo 22 del Pacto, no ha caducado. Esa obligación ha sido heredada por la ONU.

Por otra parte; EE. UU., Gran Bretaña y Canadá, entre otros, instan ahora al Tribunal Internacional de Justicia, que emita una opinión consultiva sobre las dimensiones legales de la prolongada ocupación israelí de Cisjordania y Jerusalén Oriental, como lo solicitó la Asamblea General de las Naciones Unidas el pasado diciembre.

Nota: Es importante para conocer la génesis del conflicto Palestino-Israelí, la génesis de los intereses implicados hace cien años, cuyas consecuencias trágicas se han prolongado en el tiempo histórico que demuestran la inhumanidad de las ideologías por sobre la convivencia humana.

  • Lo importante es que Evo Morales está enojado porque condenan a Hamas. Y acá los idiotas también.

  • Ahora van a decir que es un exceso la defensa a los cohetitos?

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