El actual Presidente de los argentinos se ha ido promocionando a sí mismo como una ruptura radical de todo lo anterior. Iba a acabar con la corrupta “casta” política, abolir su Banco Central y adoptar el dólar y todo tipo de criptomonedas como monedas competitivas de Argentina. Era quizá una apuesta audaz para sustituir un período de fracasos peronistas, radicales y neoliberales por el sueño delirante libertario: un mercado libre, puro y sin adulterar.
En los últimos 10 años han sido fructíferos para la derecha latinoamericana. En octubre de 2018, Jair Bolsonaro ganó la presidencia de Brasil. En junio del año siguiente, Nayib Bukele llegó al poder en El Salvador, y en noviembre la derecha boliviana aprovechó una crisis electoral para derrotar a las huestes de Evo Morales. En Perú, luego de que el izquierdista Pedro Castillo ganara por escaso margen la presidencia en 2021, las fuerzas de derecha en el Congreso, apoyadas por las huestes aristocráticas peruanas, paralizaron su gobierno y, a través del lawfare, lo destituyeron poniendo en su lugar a la inútil de Dilma Boularte (sic). Desde entonces han mantenido un control absoluto del país. En Chile, la extrema derecha obtuvo un buen resultado en 2021 y se movilizó en 2022 para rechazar la nueva Constitución. Hoy, tras las elecciones en el país trasandino, el triunfo por apenas tres puntos de J. Jara del PC les da la posibilidad a la extrema derecha, “proto fascistas” (sic) de sus candidatos, sobre todo J. Katz, de alzarse con la victoria en el ballotage. Y, por último, la victoria inesperada de J. Milei en 2023 en Argentina consolidó el giro de la derecha en la región.
El megaescándalo de corrupción que estalló en Ucrania sacude al presidente Volodímir Zelensky y a su círculo más cercano: fajos de dólares y euros incautados, escuchas telefónicas, un esquema millonario en Energoatom, presiones en Defensa y hasta la filtración de fotos de un baño de lujo con inodoro de oro, símbolo extremo de la decadencia de las élites ucranianas.
Un repaso por los orígenes y las contradicciones de la democracia moderna, atravesada por el poder económico, la manipulación mediática y la captura de las instituciones. Una reflexión sobre cómo la llamada “democracia burguesa” se aleja de sus ideales fundacionales mientras reproduce desigualdades, condiciona gobiernos y resignifica, a su conveniencia, hasta las palabras más sagradas.
Donald Trump intensifica la confrontación con Venezuela y Nigeria para recomponer su debilitada legitimidad interna. Entre sanciones económicas, operaciones encubiertas y disputas por minerales estratégicos, el imperialismo norteamericano redobla su ofensiva en un mundo que avanza hacia un nuevo orden multipolar.
Los argentinos, en nuestra historia, tenemos personajes que parecen ser sacados de obras del genial pensador checo Franz Kafka. Hubo una familia, los Lugones, que a través de tres generaciones atravesaron de un lado a otro el espectro político, militar y subversivo. Los Lugones se preciaban de ser una familia de antiguo linaje, y su ascendencia “criolla” se remontaba al Perú del siglo XVI.
La atención de la opinión pública judía-israelí está actualmente conmocionada por el escándalo en torno a un video filtrado de guardias de prisión israelíes violando a un cautivo palestino dentro del centro de detención de Sde Teiman. Sin embargo, paradójicamente —a la manera de Israel—, la indignación del público no se ha dirigido contra la atrocidad en sí, sino más bien contra la filmación que la expuso. Lo más grave es que, en el centro del asunto, se encuentra la máxima autoridad legal del ejército israelí: la abogada militar general Yifat Tomer-Yerushalmi.
El 16 de noviembre, Chile volverá a votar en un clima de desconfianza y estancamiento económico. Las encuestas anticipan una disputa cerrada entre la candidata comunista Jeannette Jara, que busca continuar el proyecto de Gabriel Boric, y las fuerzas conservadoras encabezadas por José Antonio Kast y Evelyn Matthei. En el trasfondo, el país enfrenta una economía debilitada, escándalos de corrupción y la persistencia del modelo neoliberal que marcó la dictadura de Pinochet.
Donald Trump había logrado imponer una “forma” de paz en Gaza, torciendo el brazo no solo a Hamás, sino también a la coalición gubernamental de Netanyahu. Los adversarios en este empeño no eran ni los palestinos ni los israelíes, sino los “Estados Profundos” de Israel y del Reino Unido, y Wall Street. El primer ministro de Israel ahora dice que él siempre buscó ese resultado, tratando de que todos olviden los crímenes que perpetró contra los palestinos, los libaneses, los sirios, los iraquíes, los yemenitas y los iraníes.
Todavía suena en Estados Unidos el eco rumoroso del tremendo impacto en el orgullo del imperio: el triunfo de un africano de nacimiento que, a los siete años, emigró a EE.UU. en busca de un futuro mejor. Y vaya si lo consiguió. De padres cultos, con trayectoria universitaria, este socialista —para colmo, musulmán— ha clavado un puñal en las entrañas del corazón de la ciudad más importante, sede de Wall Street nada menos.