El pueblo argentino está triste; el verdadero pueblo, con conciencia nacional, está en un estado de resiliencia casi sumisa. Acude al exilio de la memoria para resignarse en los recuerdos del pasado nostálgico, poblado de acontecimientos ya desdibujados y hoy reinterpretados. Pero lo que se hizo en el pasado fue de acuerdo con el nivel de conciencia que se tenía en ese entonces. Ahora ese nivel no existe y se busca lavar su responsabilidad a través del ego y su arma más poderosa: la no culpa.
El Presidente Milei pretende involucrar a la Argentina en el conflicto del Medio Oriente, trabajando en todos los ámbitos en que pueda expresar sumisión y servilismo, reforzando el entrelazamiento de las fuerzas de seguridad, tanto con EE. UU. como con Israel. Esa conexión es financiada con el colosal aumento de las fuerzas de Inteligencia, cuyo control por parte del Congreso ha sido bloqueado por el Ejecutivo (a través de Santiago Caputo). El desaforado anarcocapitalista forjó un compromiso personal muy intenso con el sionismo. Varios millonarios argentinos (Elstain, Sicielecki, Wertehin, Epstein) financiaron su campaña electoral y manejan parte de su equipo gobernante. Para extremar la fidelidad a sus "aportantes", Milei prometió afiliarse al judaísmo y adoptó el credo de la vertiente ortodoxa Lubavitch, que le dicta el libreto a seguir en sus periódicas visitas a EE. UU.
Tras años de conflicto y alineamiento con Estados Unidos y la OTAN, Ucrania habría evolucionado hacia un entramado donde convergen intereses estatales, redes delictivas y carteles latinoamericanos. Acusaciones de desvío de armas, vínculos con el narcotráfico y la presunta participación de funcionarios ucranianos en operaciones ilegales conforman un escenario que transforma al país en un nodo central del crimen organizado internacional.
En la primera parte de este artículo habíamos expresado que, en medio de las turbulencias que supone abandonar un mundo unipolar para introducirnos en un nuevo orden multipolar, es que dos fuerzas en pugna dentro del mismo “imperio”, los globalistas (demócratas) y los soberanistas (republicanos), están inmersos en una lucha sin cuartel por el dominio tanto en la política como en la economía: quiénes ejercerán el poder de las decisiones.
Donald Trump impulsa una reingeniería total del poder estadounidense, en medio de una guerra interna entre globalistas y soberanistas que divide a su propio gabinete. Desde la estrategia internacional hasta la disputa por recursos críticos y tecnología avanzada, el país atraviesa una transición histórica que podría redefinir su rol en el mundo.
El cambio de ministra de Seguridad de Patricia Bullrich por Alejandra Monteoliva, de ninguna manera una garantía legal para el ejercicio de la represión como forma de contener a la protesta social, a pesar de que la prensa oficialista, incluido el matutino local, pretende entronizarla como una experta en la materia. Una de sus especialidades es armar fake news para ocultar la violencia estatal contra la población. Por ejemplo, el caso de Fabrizia, nena de diez años que fue atacada frente al Congreso en 2024 por el Policía Federal Cristian Rivaldi, donde demostró de qué es capaz Alejandra Monteoliva. La mentira duró poco y hasta Eduardo Feinmann pidió al aire su renuncia. Sin embargo, el negacionista Milei la premió con uno de los cargos más altos.
Tres personajes que medran con la guerra aprovechan su posición de privilegio para hacer “negocios” en forma paralela al curso de los acontecimientos. Ninguno de los tres tiene formación diplomática, pero todos tienen intereses económicos que se cruzan con sus responsabilidades institucionales. Tanto Jared Kushner, yerno de Donald Trump y muy cercano al Mossad; Steve Witkoff, el delegado personal de Trump en quien más confía; y el “chico de los drones”, Dan Driscoli —ninguno, como decía, tiene experiencia diplomática—; sin embargo, tienen en sus manos mediar por parte de EE.UU. para conseguir la paz en Ucrania.
Una investigación judicial vuelve a poner bajo la lupa a un entramado financiero ligado al entorno del menemismo. El fiscal Picardi ubicó a Alan Pocoví —vinculado familiarmente a Zulemita Menem— en el centro de un circuito paralelo usado para mover fondos ilegales en la causa ANDIS. Transferencias desde cuentas precarias, billeteras virtuales opacas y oficinas premium en Catalinas completan un mecanismo donde las operaciones millonarias conviven con intermediarios sin capacidad económica para justificar los montos.
En un contexto donde el poder político local profundiza sus gestos de intolerancia hacia el periodismo crítico, incluso con descalificaciones del intendente Azcué, prácticas de autoritarismo, es oportuno un repaso de antecedentes de censura y hostigamiento que, lejos de ser hechos aislados, configuran un patrón preocupante para la libertad de expresión en Concordia.
Aunque la mayoría de la gente no lo perciba, la tercera Guerra Mundial ya está en marcha, porque está condicionada a una percepción tradicional de la guerra clásica, con violencia física, bombas, cañones y enfrentamientos en el campo de batalla. Luego está la batalla comunicacional, donde se distorsiona el relato y llama a la confusión de la opinión pública. En esencia, la guerra es un conflicto en que las partes, o una de ellas, utilizan herramientas para aumentar su poder y tratar de lograr resultados que se oponen a sus intereses. Pero la guerra moderna difiere sustancialmente de lo que conocemos de los dos grandes conflictos mundiales.