Duarte indicó que ayer volvió a los vagones que estaban habitando hace cinco meses por la crecida del río de noviembre-diciembre del año pasado. “Uno no puede prever el tema del agua porque se viene y se viene. Dentro de todo estamos bien, estamos atendidos”, dijo. “Lo importante es que estamos ahí. No nos mojamos ni nada por el estilo, Ayer fue un día horrible y, gracias a Dios, estamos secos. Estamos bien”, añadió.
Hay vagones que son habitados por dos y hasta tres familias juntas. “Es feo esta fuera de la casa de uno, es horrible. Y uno dentro de las posibilidades, necesitas cosas para seguir subsistiendo como ser humano”, remarcó.
Duarte destacó que el intendente Francisco Azcué se acercó hasta allí, los visitó y les preguntó cómo estaban. “Lógicamente les dijimos que para atender a las familias necesitábamos algunos servicios como fumigación o desmalezamiento. Le pedimos la luz y que, si estaba predispuesto a ayudarnos con mercadería, bienvenido sea”, remarcó. La repuesta fue positiva. “De diez el intendente porque, en otras oportunidades, no nos atendieron de esa manera”, destacó. Ahora, a diferencia de la inundación anterior, cuando Duarte se encargaba de una olla popular, cada familia recibe un bolsón y se cocina en su vagón. “Para evitar roces. La verdad es que no podemos conformar a todos”, indicó.
El vecino dijo que escucha muchos comentarios respecto de lo que pueda llegar a suceder con el río. “Algunos dicen que puede llegar a 18 metros, otros que va a llegar a 15”, dijo, Pero Azcué les pidió que se lleven por los partes diarios de la CTM. “No estamos para enloquecernos”, indicó. Duarte dijo que se espera que llegue el pico de la creciente el próximo sábado 18. “Ahí vamos a ver. Ansiamos que no sea grande, ya tenemos la casa bajo agua y si sigue creciendo el río, se la va a tragar”, sostuvo.
“Cuando se enfría la chapa, hace frio”
Evangelina, de 42 años, vive en el barrio Puerto. Su vivienda está ubicada en calle Buenos Aires 132, casi Moreno. “Yo vine el jueves. A los 12,50 (metros) salta la cloaca y toca el medidor. Entonces tenemos que salir”, indicó. Está habitando el vagón junto a su pareja, y tres hijos: una joven mayor de edad de 20, un adolescente de 16 y el menor de 11.
La inundación pasada estuvo junto a su familia en el Gimnasio Polifuncional. Esta vez, optó por quedarse en los vagones. “me quede acá por convivencia de los nenes en la escuela. Me queda cerca, están en el barrio”, dijo.
“En el Polifuncional estás separado por nylon. No tenés privacidad. Acá tenes un poco más de privacidad”, dijo la mujer. Aunque el vagón lo deben compartir con otra familia, son ocho personas en total, al menos es más reservado.
“En la otra inundación estuvimos 58 días. Entonces, en algún momento, se hace difícil la convivencia. Pero se trata de llevar bien con todos. Con los que uno convive, con los otros. Con todos”, dijo Evangelina.
El momento más ríspido lo genera la higiene de los baños químicos. Evangelina sostuvo que nadie los quiere limpiar. “Tenes la que siempre limpia y tenes la gente que nunca limpia”, dijo.
A diferencia de los vagones para ganado, con maderas que son más reconfortantes en invierno, pero con rendijas por donde se cuela el viento, los furgones como el que le tocó a Evangelina son de metal. Son herméticos: no se llueve ni hay corrientes de aire. Pero cuando llega la noche el vagón “es helado”. “Se enfrían las chapas y es helado, helado”, dijo. Lo único que les queda es abrigarse bien. Y cuando duermen, deben pegarse unos a otros para no pasar tanto frio.
En cada vagón, hay colchones, una cocina y una garrafa para cocinarse. “Es como estar en tu cada pero acá en el vagón”, dijo Evangelina mientras cuelga ropa en un cable, anudado en un extremo a una torre de señales del ferrocarril y, en el otro, a la barrera de calle Carriego .
«Tengo una amiga que me lleva a lavar la ropa porque acá no tenemos comodidad de agua. Me la traen, tenia un montón de ropa pero con estos días de lluvia voy a hacer una cuerda para colgar la ropa», indicó.
Por ultimo, Evangelina expresó que espera que esta creciente sea más cortas que la del año pasado. La mujer sostuvo que siempre le toca ver regresar a su vecinos mientras ella debe seguir aguardando su turno. «En mi caso soy la primera que se va y una de las ultimas que vuelve. Imaginate que el río tiene que estar a 12 metros para que pueda volver y limpiar», sostuvo Evangelina.
«Volvés y no encontrás nada»
Sonia Villalba, de 53 años, es vecina del barrio Puerto desde hace 25 años. «Ya varias crecientes vamos pasando», dijo. Su hogar está ubicado en calle Roque Sáenz Peña, entre Moreno y Lamadrid. «Lo más triste es tener que entrar a limpiar cuando se va el agua la materia fecal y todas esas cosas en la casa», indicó. Sonia sostuvo que las paredes de su casa no solo padecen los crónicos embates del río sino también la vibración de la música que proviene de los boliches.
La vecina sostuvo que en su casa tiene un entrepiso donde colocar bolsas con ropa y otras pertenencias. Mientras que el río se mantenga a esta altura, por debajo de 14 metros, puede seguir dejando sus enseres. Sonia perdió las referencias. «Supuestamente yo me inundaba a los 13,50 metros y ahora antes de llegar a los 13,50, ya estaba el agua», indicó. La mujer cree que eso se debe a que el rio varió con la construcción de la Costanera Nébel aunque hay quienes señalan que eso se debe a la falta de dragado del canal de navegación que corre cerca de la costa uruguaya.
La mujer padece de presión alta y por ello, de noche, sigue durmiendo en la casa de su hija, cerca de su vivienda, en Roque Sáenz Peña y Lamadrid. Pero el agua está muy cerca y no sabe hasta cuando podrá seguir pernoctando allí. Sonia dijo que de noche hace mucho frío pero «le damos gracias a Dios que por lo menos eso hay». «Peor es irse a otro lugar y que dejes la casa sola. Porque, cuando venís, no encontrás el techo», dijo.
Con su hija convive con otras dos familias en un mismo vagón. «Me dan un lugarcito para la nena», dijo Sonia. La mujer dijo que harían falta algunos vagones porque duermen muy encimados. Esta mañana esperaba que retornase una de sus vecinas para abrir el vagón. Mientras se protegía del viento como podía ya que padece el frío agrava su hipertensión crónica. A pesar de las incomodidades, prefiere seguir allí a dejar su hogar. «Volvés y no encontras nada. Ni siquiera el techo. Lo más caro que hay. Te sacan las aberturas. En todas las crecientes haces lo mismo: cuidar lo tuyo porque sino nadie te lo va a cuidar», dijo.