El mundo camina por un desfiladero sinuoso desde el punto de vista geopolítico, realmente inquietante, con guerras simultáneas abiertas en Europa (Rusia-Ucrania), Oriente Medio con Israel vs. el mundo islámico, y amenazas de grandes tensiones en Asia y América Latina. Los resultados electorales en EE. UU. fueron nada más que un recambio de forma para que nada cambie. El «Estado profundo», o sea, las élites anglosajonas, le soltaron la mano a los Demócratas para habilitar a un personaje absolutamente impredecible para que, a cambio de triunfar, consolide nuevas vías de enfrentamiento que aseguren la máxima rentabilidad al CIM. Esas mismas élites que asesinaron a John Kennedy porque se negó a ir a la guerra fabricada de Vietnam. Muchos de los precarizados que votaron a Trump lo sufrirán en su propia «carne», por obra y gracia de un magnate condenado en 34 causas, pero la inefable Justicia de EE. UU. aprobará antes de que jure que no se puede condenar a un Presidente en funciones.
Los sueños de la irracionalidad generan monstruos. Las poblaciones asisten a todo ese cúmulo de mensajes que viajan a través de las redes, creadas por intoxicadores profesionales de la información, próceres de la mentira y de la tergiversación que estimulan las bajas pasiones de gentes descontentas y desesperadas. ¿Quién las financia?
La furia de la sociedad civil se instaura a veces en momentos precisos, con manifestaciones genuinas de las violencias verbal y física. Con la alabanza de la ignorancia, de la emisión de conceptos vacíos de contenido, del señalamiento de «enemigos» a los que se debe derrotar por todos los medios, los posibles y los que no lo deberían ser.
Un mundo distópico en el que se utiliza la palabra «pueblo» para confundir; «solo el pueblo salvará al pueblo», se dice en determinadas plataformas, por boca de esos tahúres de la falsedad. Un concepto de nuevo «vacío» que elude que las situaciones más complicadas que se han vivido durante catástrofes se han resuelto por la intervención pública del ESTADO en todas sus vertientes, con todos sus defectos.
El negacionismo climático se ha visto sacudido, pero también el negacionismo fiscal, tributario. Es una idea absurda que, reduciendo los impuestos a los más ricos, se da de boca contra una realidad que es tozuda: el Estado, en todas las grandes crisis económicas desde 1929, ha actuado no solo para corregir los «errores del mercado», sino para redireccionar e impulsar políticas de recuperación de resiliencia.
Las conductas distópicas como las de Milei, fabuladoras, mentirosas, manipuladoras, tienen apoyos generosos de quienes viven mejor de la estrategia de la confusión. O sea, los blanqueadores de fortunas mal habidas, los especuladores financieros, con el Ministro de Economía a la cabeza, los contratistas del Estado sin licitación previa. O sea, los que pretenden utilizar la democracia electoral para «domarla» desde adentro y utilizar el Estado, a quienes dicen odiar, para hacer grandes negocios utilizando, como si fuera el «Santo Grial», el equilibrio fiscal, reduciendo a la clase trabajadora a una especie de supervivientes de un país que valía la pena vivir.
Las cartas están echadas: con el RIGI los más ricos ya han hecho sus apuestas y van a pasar las facturas correspondientes: los lobbies tecnológicos, los defensores de los combustibles fósiles, los contrarios a los derechos sociales. Solo habrá negocios (o negociados), no habrá desarrollo, no habrá industrialización. De tal manera que la riqueza acumulada por el pueblo, PBI, puede ser considerada «desperdiciada», en vías de putrefacción si no es privatizada.
Todo esto garantizado por una Justicia pestilente, con un 80% de integrantes de una «casta» deshumanizada y cooptada por el poder político, que a su vez jamás es investigada en la administración de cuantiosos fondos manejados por el Ministro Maqueda, que eludió una investigación amparada por el poder corporativo del mismo poder Judicial. (¡Miren que si yo hablo caen varios, eh!). Y ahora el Gobierno entra en la fase de criminalizar al Estado para poder privatizarlo. Por ej.: Aerolíneas, Banco Nación, etc.
La palabra «globalización capitalista» señala esa aspiración: convertir un modo de ser en seres de un solo modo.