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jueves 12 de diciembre de 2024
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Director: Claudio Gastaldi
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Nota escrita por: Ricardo Monetta
domingo 17 de marzo de 2024
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Semana de la Memoria: La Historia después del Horror (Parte Uno. La Guerra Fría)

Un pueblo sin memoria es como un cuerpo sin alma. Hay nuevas generaciones que desconocen el verdadero origen de la noche más oscura que vivió nuestro país. Para contribuir a esa desmemoria o falta de conocimiento de la trama siniestra que se abatió sobre nuestro país, es que en sucesivas entregas la pondré a vuestra consideración.

Ese golpe militar siniestro y apátrida que se puso en marcha el 24/04/76, no puede ser analizado sin tener en cuenta el escenario regional e internacional en que tuvo lugar, que aseguró un marco de legitimación política, de cooperación económica y de seguridad, lo cual permitió el desarrollo y la consolidación del proyecto.

En ese momento se transitaba en el mundo la llamada Guerra Fría, creada sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, basada en la división del mundo en zonas de influencia entre las dos superpotencias que emergieron victoriosas del conflicto: esto es, Estados Unidos y la Unión Soviética. Estas actuaban como dos polos de fuerza del poder mundial enfrentados en una rivalidad que abarcaba tanto la esfera política (democracia liberal vs Partido único; Derechos Civiles y políticos versus Derechos económicos y sociales; Capitalismo, basado en la economía de mercado y las grandes empresas vs Socialismo basado en la planificación centralizada y la propiedad pública) y también ideológica (Individualismo vs Socialismo).

La adhesión casi obligada, junto con la subordinación a los intereses y prioridades de la potencia hegemónica, se convirtieron en una exigencia de subordinación que limitaba la autonomía y las posibilidades de desarrollo de los países de la periferia que no formaban parte del esquema de poder. No solo el orden político, sino también el económico fueron reestructurados luego del conflicto mundial. Fue así que en Bretton Woods se originaron las estrategias de dominación económica, con el nacimiento del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que fijaron en relación a sus intereses los acuerdos financieros, al tiempo que se le otorgaba un trato de privilegio al dólar como moneda de referencia mundial.

El concepto de Guerra Fría es casi un equívoco, ya que se lo suele entender como un largo período de rivalidad entre dos bloques, pero con ausencia de conflictos armados abiertos. Pero sin embargo hubo conflictos de menor intensidad de cruentas guerras como Vietnam, Corea, y todas las demás desplegadas por la OTAN, con el objetivo de afianzar determinada ideología en distintas regiones del mundo. Cuando se forma la OTAN en 1949, la Unión Soviética responde con la formación de la URSS, de la Cortina de Hierro en 1955, lo que se dio en llamar el Pacto de Varsovia.

Pero hubo naciones que producto de la descolonización crearon las condiciones para una serie de países que no querían subordinarse a ninguna de las dos grandes potencias. Fue así que líderes como Jhosep Broz, el Mariscal Tito de Yugoslavia, Nasser de Egipto, Nehru de la India, Sukarno de Indonesia, junto a Juan D. Perón que levantaba la bandera de la Tercera Posición, llevaron a la creación del Movimiento de No Alineados. En ese mundo bipolar, América Latina quedó bajo la influencia de Estados Unidos, lo que no hizo más que consolidar el papel preponderante de los yanquis en la Región.

La política regional alcanzó una dimensión global cuando la cuestión cubana marcó una agudización de la Guerra Fría. La frustrada invasión a la Isla de Cuba y la crisis de los Misiles pusieron a las dos potencias al borde del conflicto abierto.

Los Estados Unidos, al tiempo que promovían en la región las sanciones a Cuba, obligaban casi a negar las relaciones diplomáticas con la Isla. En 1961 lanzaron la Alianza para el Progreso concebida como una respuesta global al desarrollo regional que planteaba la Revolución Cubana.

Las consecuencias de estos procesos fue una multiplicación de demandas sociales, políticas y económicas, y como era lógico el «sistema» se dedicó a perseguir y reprimir. Se ingresó en un período de alta conflictividad social, reiteradas crisis económicas, gobiernos cada vez menos legítimos y creciente participación de las Fuerzas Armadas en la conducción políticas de los estados.

La actuación de las Fuerzas Armadas adhirieron a la Doctrina de Seguridad Nacional, que fue la base del pensamiento estratégico e ideológico tendiente a consolidar la hegemonía global de Estados Unidos y bloquear el área de influencia de la Unión Soviética. De ese modo se convirtió en la doctrina oficial de los ejércitos de América Latina, Doctrina que tuvo su base en la guerra contrarrevolucionaria de Indochina y de Argelia. Esto cambió el centro de atención del accionar de las Fuerzas Armadas. Pasaron de ser defensoras a ser represoras de su propio pueblo. El sistema político debía sí o sí evitar que triunfara el Comunismo.

A comienzo de los años 70 varias situaciones convergieron en el Cono Sur, donde militares basados en la Doctrina de Seguridad Nacional derribaban gobiernos democráticos, eliminaban todo tipo de participación política y la mayoría de las libertades civiles y aplicaban políticas de represión masiva sobre la población.

Las fuerzas políticas y sociales tenían diversos orígenes pero coincidían en la realización de cambios profundos y urgentes. Distintos sectores del nacionalismo popular de la izquierda revolucionaria, de los movimientos cristianos comprometidos con los pobres, del sindicalismo de base y del clasismo, así como sectores de partidos más tradicionales, multiplicaron su militancia social y política al tiempo que radicalizaron sus críticas al status quo, bajo la influencia de los profundos procesos de transformación que se daban en distintas partes del llamado Tercer Mundo y ante la evidente crisis política que desde fines de los 60 sacudía a Europa y Estados Unidos. Este auge de masas, como se los denominaba entonces, se expresó de diferentes maneras y afectó a toda la región.

Si bien en varios países hubo gobiernos que intentaron expresar esa voluntad de cambio, las dos experiencias emblemáticas fueron el Gobierno de la Unidad Popular de Chile con Salvador Allende, y el retorno del peronismo y de Perón al gobierno de la Argentina. Este camino democrático, para la construcción del socialismo, representaron grandes esfuerzos para convertir sociedades económicamente dependientes, dominadas por sectores oligárquicos y por el capital extranjero, en democracias participativas, en las que el accionar del Estado controlara los sectores claves de la economía, redujera el poder de las empresas multinacionales y sobre todo modificar significativamente la distribución equitativa del ingreso.

El desarrollo de estos procesos, más allá de sus contradicciones y conflictos internos, chocó con la abierta resistencia y la desestabilización a que fueron sometidos por las fuerzas opuestas a este cambio de paradigma social, económico y político. El escenario de clausura de la expansión económica internacional y el horizonte recesivo para la economía mundial, no hicieron más que poner fin a las experiencias «populares» por parte de los exportadores tradicionales, las grandes empresas y el sector financiero.

Así fue con el involucramiento activo de la política de Estados Unidos en la región, durante las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford, se abandonó toda pretensión democrática de legitimidad y se recurrió a las Fuerzas Armadas unificadas en la Doctrina de Seguridad Nacional, que pusieron en marcha las acciones para aniquilar toda forma de organización popular y para modificar de raíz las estructuras sociales y económicas que habían permitido el desarrollo de tan poderosos cuestionamientos al status quo.

¡Cómo se atreven!

(Continuará)

 

 

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