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“Patria o Colonia”: la Argentina frente al dilema eterno
El dilema “Patria o Colonia” atraviesa nuestra historia desde sus orígenes, aunque muchas veces se lo intente relegar al pasado. Sin embargo, la reciente sumisión del gobierno argentino ante los Estados Unidos vuelve a poner en el centro la pregunta por la soberanía, la dependencia económica y el rol de la educación y la cultura en los procesos de colonización. De Sarmiento a Rivadavia, de las versiones edulcoradas de la historia oficial a las palabras ocultas de San Martín, el texto invita a repensar qué significa hoy ser libres y qué precio tiene la subordinación.
8 min de lectura
El Presidente Javier Milei mostrando una publicación impresa del tuit de apoyo a su gobierno de parte del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump

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En la última semana asistimos, como espectadores sin voz, a la más vergonzosa sumisión gubernamental de nuestro país al gigante que se cae, pero que aun así entrega la Nación al total dominio de EE.UU.

La historia tiene registros de entregas y heroicas resistencias. El lema Patria o Colonia ha recorrido nuestra historia desde sus mismos orígenes. Los llamados padres de la Patria, a veces tuvieron la fuerza y el compromiso para exponer la realidad sin medias tintas, pero otras veces tuvieron oscuros intereses de los que poco se recuerda. ¿Por qué hoy nos parece demodé (o fuera de época) el planteo Patria o Colonia, si asistimos impávidos a la colonización de nuestra Patria?

Desde los albores de la humanidad hubo dos formas de ser colonia. Una directa, donde el invasor-dominador instaura el gobierno y esclaviza al pueblo colonizado para su servicio. Ejemplo de ello es la relación Metrópoli-Colonia que se dio con España invadiendo y dominando América; o con Inglaterra y la India; o con Bélgica y el Congo. En todos estos casos los pueblos no tenían derecho a gobernarse.

La otra forma es la semi-colonia, en la cual la ocupación no es ni política, ni jurídica, ni militar; la dominación es económica. Es decir, la economía del país colonial se organiza para generar los negocios necesarios para abastecer de riquezas a las metrópolis. En el primer caso, la resistencia surge más rápidamente, la dominación es evidente. En la segunda, la población no advierte la sumisión a la que está expuesta, y para sostenerla la inversión no es en el despliegue militar, sino en el manejo del aparato cultural: educación, medios de comunicación, formas de lenguajes simbólicos como música, literatura y cine. Se sostiene así la “cultura oficial”, donde el eje principal es la “historia oficial”.

Explica Omar Auton en su libro Patria o Colonia (2025): “el sistema educativo es central. Se enseña una historia fraguada, una literatura mañada y se construye un panteón de héroes modélicos (el Sarmiento que nunca faltó al colegio, el Rivadavia incomprendido por la chusma o el San Martín que cruzó los Andes montado en un caballo blanco)”.

La anécdota del Sarmiento estudioso contrasta con los viajes del “prócer” por varias ciudades norteamericanas (entre 1840-1849) para informarse sobre el sistema educativo; ni la intensa actividad como ministro Plenipotenciario que tuvo en EE.UU., incipiente potencia que ya se proyectaba entre 1865-1868; ni la activa correspondencia diplomática previa a su presidencia, hilo conductor que cierra con las más de 61 maestras y algunos maestros estadounidenses que trajo para desarrollar el programa de fundación de las escuelas normales, movimiento educativo que no solo dejó huellas profundas, sino que aún sigue vigente.

Una de las grandes mentiras que sostiene el saber popular sobre la historia argentina es el legado del “sillón de Rivadavia” como primer presidente de la Nación, nación que se constituyó en 1853 (treinta años después de que Rivadavia gobernara Buenos Aires) y a la que la provincia de Buenos Aires se integra recién en 1861. ¿Cómo pudo ser el primer presidente de un país treinta años antes de que existiera?

Pero lo que menos se dice en las aulas, y poco sabe la ciudadanía, es que fue durante su gestión en 1825 cuando Estados Unidos estableció relaciones diplomáticas con el Río de la Plata (lo que garantizaba su apoyo en contra de España). Pero este “apoyo” tuvo un precio: la firma de un tratado de “amistad, comercio y navegación”. ¡Ningún apoyo de EE.UU. es gratis! En aquellos años se proyectaba como potencia, hoy es una potencia que se derrumba; aun así, nuestro gobierno viaja a rendir pleitesía a los magnates prestamistas de Wall Street. ¿Sabremos a qué precio?

Del San Martín que cruzó los Andes heroicamente en el caballo blanco, ¿no habría sido más heroico contar que lo hizo postrado en una carreta, muy enfermo, y aun así no abandonó su resistencia?

Del edulcorado San Martín de la historia oficial conocemos la famosa frase que pronunció el 9 de julio de 1816 en Tucumán: “Seamos libres y lo demás no importa nada”. Pero la expresión fue más larga y contundente:
“La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje”.

Desarrollar el pensamiento crítico de los estudiantes, para ser luego ciudadanos críticos con pensamiento descolonizado, fue el sueño de muchos hombres y mujeres de nuestra Patria. Reconocer en sus actos y pensamientos las diferencias es fundamental para pensar con verdadera capacidad de elección: ser libres sin importar nada.

Gran contraste con el actual gobierno que se dice libertario y grita rabiosamente “¡viva la libertad, carajo!”, mientras se arrodilla ante el gigante en decadencia, sin el menor indicio de patriotismo.

Omar Auton refiere, en relación con estas formas de colonialismo:“Cuando el pueblo de la colonia se rebela y expulsa al invasor, las categorías ellos-nosotros están claras; cuando eso ocurre en la semi-colonia, todo es más difícil porque entre ‘ellos’ hay algunos de nosotros y entre ‘nosotros’ se mueven algunos de ellos”.

Ya lo sabía muy bien San Martín cuando, en carta a su amigo Tomás Godoy y Cruz, del 10 de septiembre de 1816 (apenas unos meses después de declarada la independencia, con Buenos Aires amenazando con disolver y desconocer el Congreso), le confiaba: “No hay remedio, mi amigo, el país se va a envolver en las mayores desgracias, con el doble sentimiento de que los principales agentes de ellas sean los padres en quienes confiaron los pueblos su fortuna y su honor. Esto está demasiadamente conocido, y ahora se convencerá Ud. más y más de mis reflexiones (…) repitiendo a Ud. que si el Congreso se deshace yo me voy en el momento a mendigar a cualquier otro país antes que ser testigo de su deshonor y suerte”.

¿Cuánto pensamiento crítico tendría la ciudadanía si conociera esto con la misma magnitud y potencia con la que sabe que Sarmiento no faltó nunca a la escuela?

Le propongo al lector reflexionar sobre qué es más peligroso: que la escuela enseñe a posicionarse desde una cosmovisión de patria, nación, lugar de pertenencia, tradiciones y pertenencia de clase —es decir, desde un posicionamiento de representación política—, para así detectar quiénes son “ellos” y quiénes “nosotros”, quiénes son colonizadores y quiénes somos colonia; o educar desde la “apolítica” para que, cuando la ciudadanía busque la representación identitaria (porque toda sociedad necesita referenciarse en quien o quienes la representen), termine en elecciones disparatadas como “todos somos el campo”, “yo soy Vicentín” o “todos somos Nisman”.

Estas últimas expresiones dejan en claro que, más temprano que tarde, la sociedad necesita representantes con quienes identificarse. Y sin pensamiento crítico terminarán creyendo que lemas tales como “¡viva la libertad, carajo!” los hará verdaderamente libres, sin detectar que entre “nosotros” están “ellos”: los que pretenden colonizarnos. Y justamente lo que vamos a perder no es solo la libertad, sino que vamos a someter a toda nuestra descendencia a tristes caminos de esclavitud intelectual, física y económica, perdiendo todo derecho a la autodeterminación, que es el sueño pero también el derecho de quienes nos consideramos incluidos en el “nosotros”.

La disyuntiva Patria o Colonia es más actual que nunca. ¿Por qué? Porque hace solo horas asistimos al impúdico acto de sumisión del presidente de la Argentina, no solo porque no pudo emitir sonido ante el presidente norteamericano, en una “reunión” que se pareció más a una presentación ante el patrón que a una reunión de mandatarios de dos naciones libres; sino porque, a solo tres días de haber lanzado una normativa (impuesta por las cerealeras extranjeras) pero que perjudicaba los negocios del norte, le dieron de baja desde las oficinas de Nueva York.

¿Cuál es el patrón que coloniza? Cualquiera de los dos. Lo que es seguro: no es patriota.

Verónica López
Lic. en Cs. de la Educación

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