Correr, limpiar y barrer eran las tareas más significativas de la colimba, de allí su nombre. Hacerse hombre también… se decía, asociando la masculinidad a la violencia y la insensibilidad. Es probable que aprender a obedecer a la autoridad, y así a toda autoridad, fuera su función: subordinarse, aceptar el destrato y maltrato del que manda. No era entonces tan extraño que la excepción a la colimba se considerara una salvación. “Me salvé de la colimba”, decíamos con éxtasis los favorecidos por el número bajo en el sorteo.

Raúl Alberto Antonio Gieco nació en Cañada Rosquín (Provincia de Santa Fe) un 20 de noviembre de 1951 y, en algún momento, pasó a llamarse León Gieco. He leído que fue a propósito de un episodio gracioso. Al realizar una prueba de sonido, hizo una conexión que quemó los equipos. Uno de los integrantes del grupo le reprochó: “Este sí que es el rey de las bestias”, y Gieco, divertido, adoptó entonces el apodo de León.

Este jueves 12 de diciembre, a las 19:30, en el salón del Sindicato de Luz y Fuerza de Concordia (P. del Castillo 760), la diputada nacional por Entre Ríos, Carolina Gaillard, expondrá sobre el proyecto de "Ley de Capacitación Obligatoria sobre la Ley Nacional de Salud Mental 26.657". La legisladora es impulsora de esta iniciativa, y se ha invitado a otras personas, incluido el redactor de este texto, para compartir experiencias y desafíos relacionados con el campo de la salud mental.

"El coronel no tiene quien le escriba" es una novela de Gabriel García Márquez escrita en una etapa de pobreza del autor. Sumado a eso, fue rechazada por varios editores antes de su publicación. Lo cierto es que, probablemente, ante tanto apuro, el autor supiera el significado profundo de la desesperación, literalmente como pérdida de confianza en que se cumpla un deseo, el ya no poder esperar, la vivencia de desesperanza. Por eso, tal vez, puede transmitir tan magistralmente al lector que acompaña la espera, cada vez más estrecha, cada vez más angustiada, ese estado de ánimo del coronel.

“Para guerras o elecciones, pibe no nos abandones, che pibe, vení votá”, decía una canción de Raúl Porchetto editada en el año 1982, apelando a los jóvenes usados por el sistema del poder como carne de cañón. Con Malvinas, donde fueron mandados a la muerte de fondo, daba una clara idea de que el país no era para ellos, sino que ellos eran sus víctimas. Ya había sido desaparecida la generación de jóvenes más brillantes de la historia, al apostar por la transformación de la Patria en un lugar más justo, libre e igualitario. Es este, parece, un país que asesina su futuro. En otra escala, en esta sociedad actual, los jóvenes son inducidos a jugar, a reducir —como en una ruleta rusa— su suerte a la timba en casinos virtuales.

La salud es un “estado de bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de enfermedad”. Esta es la definición clásica de la Organización Mundial de la Salud. Dicho concepto surge como un emergente de la segunda posguerra mundial, coincidiendo con el nacimiento de los “Estados de Bienestar” (llamados igual que la salud), una creación del capitalismo para intentar conjurar la tentación del comunismo en pleno contexto de Guerra Fría. Salud y Estado de Bienestar eran (y son) conceptos entrelazados.

Hay que llevar hasta las últimas consecuencias la sentencia que pronunció Freud cuando sus discípulos le propusieron cambiar la palabra sexualidad por erotismo, menos revulsiva socialmente. Allí, en ese momento, dijo, negando de plano: “Uno empieza cediendo en las palabras y termina cediendo en la cosa misma”. Así lo comprendió, por ejemplo, el tenista alemán Zverev cuando no continuó jugando hasta que expulsaran de la cancha a un espectador que gritó: “Alemania sobre todo”. Esas palabras evocan dolor. Hay palabras que lastiman y producen violencia.

“No es raro que a uno le falte lo que a algún otro le sobre” (Martín Fierro).

Conversaremos sobre “eso”, no con “eso”, porque “eso” no conversa, eso destruye. “Eso” no es una idea, sino la negación de todas las ideas; el fascismo es la “herramienta del capitalismo en crisis” para salvar al capital y hacer que la crisis sea pagada por los trabajadores. Es un poder destructor que necesita construir enemigos para echarles las culpas, justificar los malestares sociales y las frustraciones, y crear chivos expiatorios a quienes eliminar. Promueve el odio que busca destruir las causas, siempre atribuidas a "los otros", para perturbar al yo de placer purificado. Así fue en 1931 con el fascismo argentino, que intentó salvar el orden oligárquico de la crisis del ‘29, el crack económico-financiero, con el primer golpe militar de carácter fascista. Es el que asesina a Severino Di Giovanni, un símbolo de la lucha antifascista, un anarquista libertario de verdad.

Estarán reunidos para jugar al Scrabble, para continuar ese juego que quedó interrumpido cuando irrumpió el rostro del espanto, esos mercenarios de la muerte que, armados, empezaron a saltar desde los techos en la noche del 27 de agosto de 1976, para invadir el hogar y llevarse, luego de ir y volver, a su hija Ana María, quien cursaba un embarazo de cinco meses, estudiaba Sociología y trabajaba en el Ministerio de Hacienda, junto a su yerno Julio César Galizzi, para secuestrarlos y desaparecerlos. Buscaban, en realidad, a Romildo Santos Baravalle, quien en ese momento estaba trabajando en el frigorífico y cargó un par de años más la pena inconmensurable de esa desgarradora injusticia. Esa noche cambió para siempre la vida de la familia y, sobre todo, de Mirta Acuña Baravalle, quien falleció este domingo a los 99 años sin lograr encontrar a su nieto.
