Padres, docentes y alumnos de la Escuela Justo José de Urquiza, conocida como "la de la Placita", realizaron este martes una asamblea para exigir soluciones urgentes ante el grave deterioro edilicio del establecimiento. La presencia del director departamental de Escuelas no trajo las respuestas esperadas y la comunidad educativa decidió no aceptar una reubicación sin garantías escritas. Exigen con urgencia la aprobación del proyecto de obra prometido sin más dilaciones.

Estas últimas semanas hemos asistido a políticas del Gobierno nacional y sus aliados, de destrucción masiva de la salud, la cultura, la educación, afectando derechos fundamentales inscriptos en la Constitución Nacional. Señalo la masividad de esas medidas porque constituyen una estrategia para generar confusión y parálisis en la población, a la que se agrega la difusión en las redes (anti)sociales, un ejército de trolls con una intencionalidad de distorsionar las informaciones, de modo que la verdad se pierda y las víctimas tengan que defenderse como culpables.

En el aniversario del nacimiento de Antonio Berni, el artista que dio rostro a la infancia despojada de Latinoamérica con su Juanito Laguna, este texto recorre los ecos de aquella figura en los niños de hoy, expulsados de un sistema que los desecha. Desde la crítica social del arte hasta los recientes abusos contra trabajadores recicladores en Concordia, una reflexión sobre la vigencia del compromiso y la dignidad en tiempos oscuros.

El crack del 29 fue la más catastrófica caída del mercado de valores en la historia de la Bolsa de Estados Unidos. Su impacto, su alcance global y la larga duración de sus secuelas provocaron la llamada Gran Depresión. En nuestro país, semi-colonial, se expresó en el agotamiento del modelo agroexportador y la agudización de la crisis económica y social. La pobreza, la miseria, la desocupación, la prostitución, la tristeza y la desesperanza se adueñaron del pueblo, configurando una subjetividad desgarrada.

“…Ahí estaban todos esos años de “acortemos las sábanas de la cama de Carrie”, en el campamento de la Juventud Cristiana, y “encontré esta carta de amor de Carrie para Flash Bobby Pickett, hagamos copias y repartámoslas”, y “escóndele las bragas en alguna parte” y “ponle esta culebra en el zapato”, y “zambúllela otra vez, zambúllela otra vez”: todos esos años en que Carrie, siempre lenta y rezagada, participaba con obstinación de los paseos en bicicleta, un año conocida como “adefesio” y el siguiente como “mamarracho”, oliendo siempre a sudor, incapaz de alcanzar a las demás; esa vez que contrajo esa afección en la piel por orinar en los matorrales junto a una hiedra urticante, sin poder impedir que todo el mundo se diera cuenta (oye, Rascaculos, ¿te pica el trasero?)…” (Carrie, Stephen King).

El 27 de abril de 1977, Héctor Germán Oesterheld va a una "cita envenenada". Ruidos, forcejeos, gritos, violencias y la noche lo devoran para siempre. Un grupo de tareas lo secuestra. Desde entonces, permanece desaparecido. Varios testigos que compartieron su proyecto político lo vieron en los campos de concentración de Campo de Mayo, en el Regimiento de Monte Chingolo, en el Vesubio de La Matanza y en el “Sheraton” de Villa Insuperable. Un día, llevaron a su nieto de dos años, el primogénito de una de sus hijas también secuestradas y desaparecidas, porque, en la horrorosa experiencia de Oesterheld, fueron las cuatro hijas y dos yernos quienes sufrieron ese destino. Todos recuerdan a sus hijas como bellísimas personas, sesudas militantes de base, excepcionales seres humanos que compartían la vida de las villas, ayudando, enseñando, alfabetizando, curando, viviendo la vida como promesa de un mundo mejor, más justo, en el que se comprometieron en cuerpo y alma. En esa circunstancia, en la que le llevan a su nieto, Héctor indica a sus captores la dirección de la casa de su ex esposa, donde fue llevado. Fue su única respuesta. En los interrogatorios, solo repetía: “No tengo nada para decir, no tengo nada para negociar…”

La Ley de Salud Mental introdujo las adicciones como un padecimiento más que debe recibir el mismo tratamiento y conceder los mismos derechos que los demás. Las despoja así definitivamente del prejuicio del vicio y el delito. Uno de los orígenes etimológicos del término es addictus, que significa esclavo por deudas. De veras, el adicto es un esclavo de la droga. Por eso las viejas definiciones articulan esta conducta de fijación compulsiva a un objeto, a las características de dependencia, abstinencia y tolerancia.

Ayer fui al río, bajé los escalones del mirador hacia la playa. Había poca gente y me instalé en la orilla a leer sobre Oesterheld, el creador de El Eternauta, sobre quien quiero escribir en breve. La brisa fresca besaba mi cara, como una caricia suave. El agua azul corría serena y solo un murmullo rezongón le sacaban las lanchas a motor, a todo lo que da. Mirar el agua serena relaja, da paz, una armonía cuando se une con el cielo, cuando atraviesa el muelle y la arena y se pierde.

“Yo canto para esa gente / porque no soy más que alguno de ellos / ellos escriben las cosas / y yo les pongo melodía y verso / si cuando grito vienen los otros y entonces callo / si solo puedo ser más honesto que mi guitarra”. “¿Para quién canto yo entonces?”, canción de Sui Generis. (1)

“A eso voy —convino el conductor—. Supóngase que realmente sobre el viejo inútil, ¿por qué no se lo llevan a un lugar y lo exterminan por métodos modernos?” (Adolfo Bioy Casares, “Diario de la guerra del cerdo”)
